La Leyenda del Caballero Sol – Libro 1 (V

que este método no fuera infalible, ya que las flechas no
siempre dan en el blanco, y así simplemente levanté mi mano
sangrienta sobre el carcaj de Hoja y dejé que mi sangre
chorreara de una vez, en todas sus flechas.
Hoja no me falló, y empezó a disparar sin descanso.
Aunque el Caballero de la Muerte manejó en esquivar un buen
numero de ellas, unas pocas pudieron alcanzar su blanco, y
cada una de ellas causó un hueco de dolor en el Caballero de la
Muerte.
“¡Oh no! Se está escapando,” Hoja exclamó en alarma,
y aumentó la velocidad en la que disparaba las flechas. Era tan
rápido que solo podía ver una imagen borrosa de un abanico,
seguido por el sonido que hacia la cuerda de su arco mientras
lanzaba todo un rio de flechas. ¡Hoja sí que honra su reputación
como el arquero especialista de los Doce Caballeros Santos!
El caballero de la Muerte no pudo hacer nada en contra
de la lluvia de flechas, solo podía esquivarlas. Y se alejaba cada
vez más y más…
“¡Caballero Sol, definitivamente volveré por ti algún
día!”
Justo como cualquier otro villano que se escapa, el
Caballero de la Muerte blanco plomizo lanzó esa oración
amenazando al protagonista justo antes de que desapareciera
como un espectro en la distancia… esperen, al que amenazo fue
al Caballero Sol… ¡¿Yo?!
¡Esperen, esperen un momento! ¿Para qué me necesitas
a mí? ¡Con el que combatías no era yo!
Cómo va el dicho, “cada injusticia debe tener un
perpetrador y cada deuda debe tener un deudor”; ¡Lo único que
hice fue conjurar un poco de brillante luz santa en Hielo y
colocar un poco de sangre venenosa en las flechas de Hoja! En
sí, con los que peleaste fueron esos dos, ¡No yo!
Realmente quiero llorar… esta vez, no solo quedé todo
tajeado, incluso de alguna forma desconocida manejé en ganar
la enemistad de un verdadero Caballero de la Muerte; ¡¿Qué
demonios hice para merecer esto?!
El Caballero Hielo guardó su espada, y el Caballero
Tierra levantó su escudo también. Los dos se dieron la vuelta
con una expresión muy severa en sus rostros, pero por alguna
razón los dos se congelaron tan pronto como me vieron.
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