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5. Deber y destino<br />

Hace dos horas. Al sur del<br />

castillo madre de los Caballeros del<br />

Espejo de Mórr...<br />

Ergan volvió a tropezar con otro<br />

hueso. El suelo de toda aquella loma<br />

estaba cubierto por huesos. Poca gente<br />

había visto un ejército No Muerto en<br />

aquel estado de reposo. Sí, reposo era<br />

la palabra, por que aquellos huesos<br />

estaban lejos de estar muertos. Era la<br />

voluntad del portador del sayo, y su<br />

voluntad era ley. Era la quinta vez que<br />

caía en aquel pequeño mar de huesos.<br />

Sus dos guardianes, guerreros muertos<br />

hace eones cubiertos de su armadura<br />

negra, esperaron pacientemente a que<br />

se levantara. Si algo le sobra a un<br />

muerto viviente es paciencia. Así que<br />

Ergan se levantó como pudo y se<br />

sacudió la túnica negra como bien pudo.<br />

Miró inexpresivamente a sus custodios y<br />

siguió avanzando hacia la cima de la<br />

loma.<br />

Tenía que estar en la cima, por<br />

supuesto. Su maldito ego no podía dejar<br />

sitio a otro lugar. Al fin y al cabo era el<br />

portador del sayo, el habitante del ataúd,<br />

el del sagrario... tenía multitud de<br />

nombres para su prisión de tela. Sólo un<br />

ego exacerbado podía hacer de su<br />

cárcel una virtud temible.<br />

Por fin llegaron a la cima, y allí le<br />

esperaba. Allí estaba, flanqueado por<br />

otros dos discípulos, el mayor<br />

nigromante que había conocido Ergan.<br />

Un ataúd de madera se alzaba de pie<br />

entre los muertos, asemejando más una<br />

puerta que una caja para un cadáver.<br />

- Aquí estas, Ergan.<br />

La voz provenía del ataúd. Se<br />

arremolinaba en el aire, con una textura<br />

aceitosa y ronca que ponía los pelos de<br />

punta. Lo que más atemorizaba a Ergan<br />

era que aquella voz no la había<br />

pronunciado nadie. Aquella voz había<br />

roto todas las defensas de Ergan, que<br />

no eran pocas, como si de aire se tratara<br />

y se había colado directamente en su<br />

mente. Así hablaba el habitante del<br />

ataúd.<br />

- Habla, Ergan.<br />

Ergan hacía mucho tiempo que<br />

había dejado atrás sus necesidades<br />

mundanas y su cuerpo distaba mucho<br />

de tener las funciones fisiológicas que le<br />

molestaron antaño. Y sin embargo se<br />

encontró a sí mismo tratando de tragar<br />

saliva. Sin pensarlo dos veces hincó una<br />

rodilla en el suelo, en señal de respeto y<br />

sumisión.<br />

- Han escapado cinco caballeros de<br />

Mórr.- Respondió con voz firme y<br />

clara.<br />

No iba a perder la compostura. Al<br />

menos aún no. Ergan era un<br />

Nigromante desde hacía mucho tiempo.<br />

No era muy poderoso, puesto que<br />

aunque era hábil, no había desarrollado<br />

todavía la capacidad de manejar<br />

grandes cantidades de energía oscura.<br />

Hacía tiempo que las emociones le<br />

habían abandonado. Hacía tiempo que<br />

no sentía ni alegría, ni felicidad, ni<br />

desdicha, ni angustia, ni valentía, ni<br />

euforia. Pero en aquel mismo instante<br />

pudo recordar lo que era sentir las frías<br />

garras del miedo en las entrañas. Sin<br />

embargo no iba a dejar que los otros dos<br />

discípulos lo supieran. Aunque sin duda<br />

lo imaginaban.<br />

- Lo sé, Ergan. Pero quiero saber por<br />

qué.<br />

El tono era suave y tranquilo,<br />

cómo la seda. Pero Ergan sabía que<br />

una soga de seda seguía siendo una<br />

soga, y parecía que aquel... ser, le<br />

estaba dando toda la cuerda que<br />

quisiera.<br />

- No lo sé -confesó-. Es algún tipo de<br />

encantamiento, Maestro. Los<br />

guerreros que me otorgasteis<br />

mataron a todos y cada uno de los<br />

caballeros de Mórr. Sin embargo se<br />

volvieron a alzar cinco. Y eran más<br />

fuertes y poderosos que antes, señor.<br />

Les mandé a más guerreros y<br />

disiparon a muchos, pero las<br />

espadas no parecían hacerles mella.<br />

Fueron heridos muchas veces, pero<br />

no pareció importarles, Maestro.<br />

- Sin embargo, aquí estás, Ergan.<br />

- Sí, maestro. Una espada atravesó mi<br />

pecho y morí otra vez. Pero vuestros<br />

hechizos son fuertes y mi voluntad de<br />

serviros me hizo volver una vez más<br />

del gran abismo.<br />

Nunca tendría claro si la espada<br />

era de uno de los caballeros o si fue otra<br />

mano la que le atravesó. La rivalidad<br />

entre los discípulos del Maestre era muy<br />

grande, y aunque él era un hechicero<br />

menor, con el tiempo podía llegar a ser<br />

una amenaza. Y si algo tenían ellos, era<br />

tiempo. Mucho tiempo.<br />

- ¿Deseas servirme, Ergan?<br />

- Sí, mi señor - dijo Ergan, más<br />

tranquilo. Parecía de buen humor-.<br />

Deseo serviros en cuerpo y alma.<br />

Ergan agachó más la cabeza y<br />

un largo silencio se produjo. Una pausa<br />

nerviosa. Finalmente el nigromante no<br />

41<br />

pudo aguantar la presión y alzó un poco<br />

la mirada. No le gustó nada lo que vio.<br />

Uno de los sirvientes del portador del<br />

sayo estaba sonriendo.<br />

- Tengo hambre, Ergan.<br />

Según dicen los sabios, nada<br />

puede aterrar a un nigromante. Pero<br />

están terriblemente equivocados. Ergan<br />

sintió auténtico terror. Alzó la cabeza<br />

con los ojos tan abiertos que parecían<br />

salirse de las órbitas. Intentó alzarse<br />

pero dos manos esqueléticas le<br />

inmovilizaron. "¡Cálmate!", pensó<br />

mirando a todas partes buscando una<br />

salida, "Tiene que haber algo que pueda<br />

hacer". Pero no lo había.<br />

La puerta del ataúd se abrió<br />

lentamente, mostrando su contenido. Un<br />

cuerpo increíblemente delgado yacía<br />

cómo tirado en el ataúd. Un cuerpo<br />

completamente cubierto por un sayo<br />

mortuorio, un sagrario para un muerto, y<br />

atado con pesadas cadenas de plata<br />

ennegrecida, sin duda bendecida por un<br />

sacerdote de Sigmar. Ese sayo estaba<br />

salpicado por todas partes por runas de<br />

Mórr. Ningún nigromante podía resistir<br />

aquella prisión, y él no sólo lo resistía,<br />

sino que podía moverse por el mundo.<br />

El poder de aquel ser era algo que<br />

escapaba a la comprensión de Ergan. El<br />

cuerpo siguió inerte, pero una fuerza<br />

increíble pareció alzarlo del suelo y<br />

hacerlo flotar. Se alzó con el tintineo de<br />

las cadenas de plata, quedando a<br />

apenas un palmo por encima del suelo,<br />

cómo si una mano invisible alzara aquel<br />

cuerpo roto y sin vida. Y avanzó hacia<br />

Ergan.<br />

Era el fin del nigromante. Un<br />

destino peor que la muerte le<br />

aguardaba. Debía resistirse, pero no<br />

sabía cómo. La simple presencia de<br />

aquel ser innombrable parecía<br />

paralizarle por completo. Se sentía<br />

cómo un conejo ante una serpiente.<br />

Pero tenía que hacer algo. "Los<br />

tumularios."- Pensó Ergan. Y en un<br />

momento lanzó un pequeño hechizo a<br />

sus guardianes, inmovilizándolos.<br />

Aquello había salido bien. Aquel<br />

monstruo era poderoso, pero lento. Con<br />

movimiento rápido, se hizo con el arma<br />

maldita del guerrero de su derecha, y<br />

con toda la fuerza de la que era capaz,<br />

la hundió en el cuerpo roto que tenía<br />

delante. La espada no encontró ningún<br />

tipo de resistencia, y se hundió en el<br />

vientre del monstruo cómo si éste sólo<br />

fuera papel viejo y marchito.<br />

Lo siguiente que oyó Ergan le<br />

hizo comprender que su fin era absoluto<br />

y perdió toda esperanza.

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