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existencia. Continuando sobre el San Sebastián que se nos<br />
fue, no podía dejar pasar por alto a unas damas San<br />
Sebastianeras que si se quiere y como punto obligado<br />
tuvieron que ver mucho con ese San Sebastián de ayer, y se<br />
trata de la generación de las maestras artesanas de la<br />
dulcería criolla de las cuales no voy a escribir en esta<br />
oportunidad, porque ya lo hice en otra crónica. Se nos fue<br />
aquel San Sebastián, donde no habían enrejado, donde las<br />
puertas permanecían abiertas y en los amplios corredores de<br />
las casas solariegas, la brisa fresca jugueteaba por los<br />
rincones, a la vez que estos corredores servían para la tertulia<br />
familiar, en épocas de invierno, saborear una taza de<br />
chocolate caliente, y en horas de la tarde compartía con el<br />
visitante un pocillo de café con leche acompañado de un<br />
biscocho de manteca. Se fue aquella aldea donde la<br />
monotonía y la rutina hacían que las horas pasaran lentas y<br />
donde los vecinos más que vecinos eran una familia, que no<br />
solamente se intercambiaban los dulces y los platos típicos del<br />
momento, sino que existía la cabalidad, la reciprocidad en las<br />
horas de las alegrías y también de las tristezas. En los años<br />
cincuenta tuvo mucho auge la Cola, el Polo, que también<br />
desapareció, y en esos años también hubo dos exquisitos<br />
refrescos que aparte de refrescar eran alimenticios. Se trata<br />
de dos bebidas una achocolatada llamada milkao y el otro era<br />
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