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compartimientos eran utilizados para depositar<br />
pequeñas botellas llamadas “cuarticos” y se usaban para<br />
embotellar el sabroso y alimenticio “carato de maíz”. Las<br />
tapas de estos envases era una hoja de naranja en<br />
forma de cono. El costo de esta rica bebida era de una<br />
locha. Precisamente una locha era lo que mi mamá me<br />
daba para la merienda, y al pasar por la pulpería<br />
enseguida la gastaba porque no aguantaba la tentación<br />
del fulano carato. Bien, como dije antes, quién es aquel<br />
que sintiendo amor por su terruño, no lo embargue<br />
alguna vez la nostalgia o el sentimiento por las cosas<br />
buenas o malas que le tocó vivir sobre todo en el lugar<br />
de los acontecimientos.<br />
Tal es el caso mío, ya que formé parte de aquellas<br />
vivencias, y es por ello que después de tantos años al<br />
detenerme en aquella esquina de otrora época. Y como<br />
no me iban a invadir los recuerdos, si exactamente a<br />
cuadra y media de la mencionada esquina está la casa<br />
donde hace sesenta y siete años nací, allí por cierto<br />
todavía se conserva el solar donde existió un frondoso<br />
roble, en el cual precisamente, recostado de su enorme<br />
tronco, junto con mi primera novia, motivado a sus<br />
caricias y a sus besos, sentí por primera vez el bullir<br />
estrepitoso de mi testosterona y el latir desbocado de<br />
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