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que el ganador reclama su premio, la damisela que era<br />
el punto central de la mencionada reyerta, se acostó en<br />
el suelo y por más que el pretendiente hizo todo lo<br />
imposible para coronar lo que con tanto esfuerzo ganó,<br />
no hubo forma ni manera de consolidar su codiciado<br />
anhelo. Luego que el ganador se retiró de la zona, por<br />
supuesto bastante molesto, y no era para menos, se<br />
acercó un perro careto y feo que había participado en la<br />
contienda, y rápidamente se paró la susodicha, y lo que<br />
puedo contar es que esta muérgana, enseguida se dejó<br />
emburricar, a los pocos minutos tenía los ojos como<br />
gato chupando limón, o lo que es lo mismo, como chivo<br />
comiendo parapara. ¿Por qué yo dije que esta escena<br />
me trajo un ingrato recuerdo? Porque yo tuve una novia<br />
que, por los contactos físicos que tenía con ella, me<br />
daba cuenta que era como las topias de fogón, que<br />
apenas les atizan la leña, en seguida están ardientes.<br />
Pero para ese entonces, primero yo era muy<br />
“espalomao” y segundo, no quería faltarle el respeto<br />
porque mi meta era llevarla a la iglesia como toda una<br />
doncella, con su “conchita de ajo” conservada.<br />
Lamentablemente, llegó el día que esta novia me mandó<br />
bien lejos. Como a los cuatro meses de haberme dejado,<br />
la ví que estaba preñada, por cierto de un tipo más feo<br />
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