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Eran las nueve, tal vez un poco más, de la mañana del día<br />
sábado Diez de Noviembre del año 2007. No sé si fue por<br />
casualidad que cuando pasaba por la calle Paúl cruce con<br />
Díaz Alfaro, me tocó presenciar como una enorme<br />
máquina, de manera desesperada zumbaba dentelladas<br />
con el fin de derrumbar las viejas paredes de bahareque de<br />
la casa donde habitó por muchos años la señora Adelita<br />
Oliveros. Cuando digo dentelladas es porque esta máquina<br />
tiene en la parte delantera una especie de hilera de dientes<br />
de hierro que creo sea para facilitar los trabajos a que<br />
diere lugar. Debe haber sido por ello que mi difunta madre<br />
la bautizó con el nombre de la “dientona”. No pude más<br />
que pararme a contemplar como iba cayendo de manera<br />
apresurada aquella vieja estructura. Daba la impresión que<br />
con aquella premura pareciera que se quería borrar de un<br />
solo golpe los vestigios que de una u otra forma fueron<br />
parte, es decir, testigos mudos de una época que poco a<br />
poco va desapareciendo para darle paso al llamado<br />
progreso. Allí al paso que la “Dientona” continuaba la<br />
demolición, sentí un algo que no sabría como explicar.<br />
Creo y sin temor a equivocarme que me había invadido la<br />
nostalgia, y con sobrada razón, esa nostalgia me hizo<br />
retroceder el tiempo de mi adolescencia, ya que ese viejo<br />
caserón fue propiedad, como dije antes de la señora<br />
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