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dos corazones en la plenitud de la adolescencia. En ese<br />
viejo solar también está enterrado mi ombligo. Ello se<br />
hizo como una especie de costumbre, que se mantuvo<br />
por muchos años, y es que la comadrona o partera, era<br />
la persona que ayudaba en el parto, y una vez que la<br />
criatura nacía, ésta le cortaba el ombligo y luego lo<br />
enterraba en el solar de la casa. Creo que motivado a<br />
este acontecimiento nació el dicho de cuando a alguien<br />
le peguntan ¿qué será de la vida de fulano de tal? que<br />
no se le volvió a ver la cara, más nunca vino por estos<br />
lares. Inmediatamente no falta quien diga a manera de<br />
respuesta. No, ese jamás volvió a salir, parece que tiene<br />
el ombligo enterrado en ese pueblo. Acá también se<br />
conservan los cuatro bares antes llamados cantinas.<br />
Estos establecimientos que aún permanecen en el<br />
tiempo, yo diría que son testigos fieles y sin temor a<br />
equivocarme, de haber sido partícipes de una época que<br />
por supuesto no volverá. Estos recintos, repito, sirvieron<br />
de base para que se pusiera de moda un aparato de<br />
sonido que se conoció para entonces con el nombre de<br />
“Rokola”. Esta caja de resonancia, que de paso se<br />
mantuvo por muchos años en la cúspide de la<br />
popularidad, trajo consigo, o mejor dicho contribuyó<br />
para acabar en cierta forma la vieja monotonía que<br />
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