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sino por el entusiasmo y la alegría que contagiaba a esta<br />
gente, que a pesar de su pobreza, ellos se las arreglaban para<br />
reparar los instrumentos, comprar las telas de colores y hacer<br />
las pañoletas para amarrárselas del cuello, fabricar los<br />
faroles, comprar los sombreros de "pajilla" etc. Por cierto, que<br />
mi hermano Valdemar, tuvo la suerte un veinticuatro de<br />
Diciembre, que iba a salir una de estas parrandas, pero le<br />
faltaba un integrante, entonces lo incorporaron a él, pero<br />
como era muy sordo para la música, lo pusieron a hondear la<br />
bandera. A las doce de la noche compartieron las ganancias y<br />
dijo que esa noche se había sentido rico, porque le tocó dos<br />
hayacas, un bollo y cuatro bolívares. Esta vieja tradición<br />
navideña también se nos fue, y apareció la gaita zuliana que<br />
los medios de comunicación se encargaron de comercializar.<br />
Hace más o menos trece años que mis ojos contemplaron la<br />
última parranda navideña, y fue en casa de los hermanos<br />
Ochoa en Valle de la Cruz. Ya no veré más el carato, el<br />
pitraque de maíz cariaco y mucho menos la postrera de leche<br />
criolla. Desapareció el rico alfondoque, el dulce de cajuba y<br />
cuantos otros más. Durante muchísimos años, las dulceras de<br />
La Villa. Cagua y Turmero, jamás faltaron a las fiestas<br />
patronales de San Sebastián, con sus grandes azafates de<br />
madera, repletos de los coloridos llamados dulces criollos.<br />
Ellas fueron parte inquebrantable de las festividades de<br />
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