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FEDRO.

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recibe, en el momento en que cesa de ser movido, cesa<br />

de vivir; sólo el ser que se mueve por sí mismo, no pudiendo<br />

dejar de ser el mismo, no cesa jamás de moverse;<br />

y aún más, es, para los otros seres que participan del<br />

movimiento, origen y principio del movimiento mismo,<br />

ün principio no puede ser producido; porque todo lo que<br />

comienza á existir debe necesariamente ser producido por<br />

un principio, y el principio mismo no ser producido por<br />

nada, porque, si lo fuera, dejaría de ser principio. Pero si<br />

nunca ha comenzadoȇ existir, no puede tampoco ser destruido.<br />

Porque .si un principio pudiese ser destruido, no<br />

podría él mi-smo renacer de la nada, ni nada tampoco podría<br />

renacer de él, si como hemos dicho, todo es producido<br />

necesariamente por un principio. Así, el ser que se mueve<br />

por sí mismo, es el principio del movimiento, y no puede ni<br />

nacer, ni perecer, porque de ctra manera el cielo entero<br />

y todos los seres, que han recibido la existencia, se postrarían<br />

en una profunda inmovilidad, y no existiría un<br />

principio que les volviera el movimiento, una vez destruido.<br />

Queda, pues, demostrado, que lo que se mueve<br />

por sí mismo es inmortal, y nadie temerá afirmar, que el<br />

poder de moverse por sí mismo es la esencia del alma. En<br />

efecto, todo cuerpo, que es movido por un impulso extraño,<br />

es inanimado; todo cuerpo que recibe el movimiento de<br />

un principio interior, es animado; tal es la naturaleza del<br />

alma. Si es cierto que lo que se mueve por sí mismo no<br />

es otra cosa que el alma, se sigue necesariamente, que<br />

el alma no tiene, ni principio, ni fin. Pero basta ya sobre<br />

su inmortalidad.<br />

Ocupémonos ahora del alma en sí misma. Para decir<br />

lo que ella es, seria preciso una ciencia divina y desenvolvimientos<br />

sin fin. Para hacer comprender su naturaleza<br />

por una comparación, basta una ciencia humana y<br />

algunas palabras. Digamos, pues, que el alma se parece<br />

á las fuerzas combinadas de un tronco de caballos y un<br />

Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871

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