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del alma; y todas las cualidades contrarias como la fealdad,<br />
el mal, las ajan y echan á perder. El Señor omnipotente<br />
, que está en los cielos, Júpiter, se adelanta el primero,<br />
conduciendo su carro alado, ordenando y vigilándolo<br />
todo. El ejército de los dioses y de los demonios<br />
le sigue, dividido en once tribus; porque de las doce<br />
divinidades supremas sólo Vesta queda en el palacio<br />
celeste; las once restantes, en el orden que les está prescrito,<br />
conducen cada únala tribu que preside. ¡Qué encantador<br />
espectáculo nos ofrece la inmensidad del cielo,<br />
cuando los inmortales bienaventurados realizan sus revoluciones<br />
llenando cada uno las funciones que les están encomendadas<br />
! Detrás de ellos marchan los que quieren y<br />
pueden seguirles, porque en la corte celestial está desterrada<br />
la envidia. Cuando van al festin y banquete que<br />
les espera, avanzan por un camino escarpado hasta la<br />
cima más elevada de la bóveda de los cielos. Los carros<br />
de los dioses, mantenidos siempre en equilibrio por sus<br />
corceles dóciles al freno, suben sin esfuerzo; los otros caminan<br />
con dificultad, porque el corcel malo pesa sobre el<br />
carro inclinado y le arrastra hacia la tierra, si no ha sido<br />
sujetado por su cochero. Entonces es cuando el alma sufre<br />
una prueba y sostiene una terrible lucha. Las almas<br />
de los que se llaman inmortales, cuando han subido á lo<br />
más alto del cielo, se elevan por cima de la bóveda celeste<br />
y se fijan sobre su convexidad; entonces se ven arrastradas<br />
por un movimiento circular, y contemplan durante<br />
esta evolución lo que se halla fuera de esta bóveda,<br />
que abraza el universo.<br />
Ninguno de los poetas de este mundo ha celebrado<br />
nunca la región que se extiende por cima del cielo; ninguno<br />
la celebrará jamás dignamente. Hé aquí, sin embargo, lo<br />
que es, porque no hay temor de publicar la verdad, sobre<br />
todo, cuando se trata de la verdad. La esencia sin color,<br />
sin forma, impalpable, no puede contemplarse sino por la<br />
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871