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FEDRO.

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con ella de la misma manera. En fin , todos aquellos que<br />

han seguido á Apolo ó á los otros dioses, arreglando su<br />

conducta sobre la base de la divinidad que han elegido,<br />

buscan un joven del mismo natural; y cuando le poseen,<br />

imitando su divino modelo, se esfuerzan en persuadir á<br />

la persona amada á que haga otro tanto, y de esta manera<br />

le amoldan á las costumbres de su Dios, y le comprometen<br />

á reproducir este tipo de perfección en cuanto les<br />

es posible. Lejos de concebir sentimientos de envidia y de<br />

baja malevolencia contra él, todos sus deseos, todos sus<br />

esfuerzos, tienden sólo á hacerle semejante á ellos mismos<br />

y al Dios á que rinden culto. Tal es el celo de que se<br />

ven animados los verdaderos amantes, y si consiguen<br />

buena acogida para su amor, su victoria es una iniciación;<br />

y la persona amada, que se deja subyugar por un amante<br />

que ama con delirio, se abandona á una pasión noble,<br />

que es para él un origen de felicidad. Su derrota tiene<br />

lugar de esta manera.<br />

Hemos distinguido en cada alma tres partes diferentes<br />

por medio de la alegoría de los corceles y del cochero.<br />

Sigamos, pues, con la misma figura. Uno délos dos corceles,<br />

decíamos, es de buena raza, el otro es vicioso. Pero<br />

¿de dónde nace la excelencia del uno y el vicio del otro? Esto<br />

es lo que no hemos dicho,y lo que vamos á explicar ahora.<br />

El primero tiene soberbia planta, formas regulares y<br />

bien desenvueltas, cabeza erguida y acarnerada; es blanco<br />

con ojos negros; ama la gloria con sabio comedimiento;<br />

tiene pasión por el verdadero honor; obedece, sin que se<br />

le castigue, á las exhortaciones y á la voz del cochero.<br />

El segundo tiene los miembros contrahechos, toscos, desaplomados,<br />

la cabeza gruesa y aplastada, el cuello corto;<br />

es negro, y sus ojos verdes y ensangrentados; no respira<br />

sino furor y vanidad; sus oidos velludos están sordos<br />

á los gritos del cochero, y con dificultad obedece á la<br />

espuela y al látigo.<br />

Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871

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