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dos con el coro de los bienaventurados, marchábamos con<br />
las demás almas en la comitiva de Júpiter y de los demás<br />
dioses, gozando allí del más seductor espectáculo; é<br />
iniciados en los misterios, que podemos llamar divinos,<br />
los celebrábamos exentos de la imperfección y de los<br />
males, que en el porvenir nos esperaban, y éramos admitidos<br />
á contemplar estas esencias perfectas, simples,<br />
llenas de calma y de beatitud, y las visiones que irradiaban<br />
en el seno de la más pura luz; y, puros nosotros, nos<br />
velamos libres de esta tumba que llamamos nuestro<br />
cuerpo, y que arrastramos con nosotros, como la ostra<br />
sufre la prisión que la envuelve.<br />
Deben disimularse estos rodeos, debidos al recuerdo de<br />
una felicidad que no existe y que echamos de menos. En<br />
cuanto ala belleza, ella brilla, como ya he dicho, entre todaslasdemásesencias,<br />
y en nuestra estancia terrestre, donde<br />
lo eclipsa todo con su brillantez , la reconocemos por el<br />
más luminoso de nuestros sentidos. La vista es, en efecto,<br />
el más sutil de todos los órganos del cuerpo. No puede,<br />
sin embargo, percibir la sabiduría, porque seria increíble<br />
nuestro amor por ella, si su imagen y las imágenes<br />
de las otras esencias, dignas de nuestro amor, se ofreciesen<br />
á nuestra vista, tan distintas y tan vivas como son.<br />
Pero al presente sólo la belleza tiene el privilegio de<br />
ser á la vez un objeto tan sorprendente como amable. El<br />
alma que no tiene un recuerdo reciente de los misterios<br />
divinos. ó que se ha abandonado á las corrupciones de la<br />
tierra, tiene dificultad en elevarse de las cosas de este<br />
mundo hasta la perfecta belleza por la contemplación de<br />
los objetos terrestres, que llevan su nombre; antes bien,<br />
en vez de sentirse movida por el respeto hacia ella, se deja<br />
dominar por el atractivo del placer, y, como una bestia<br />
salvaje, violando el orden eterno, se abandona á un deseo<br />
brutal, y en su comercio grosero no teme, no se avergüenza<br />
de consumar un placer contra naturaleza. Pero el<br />
Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871