El Merengue: Música y Baile de la República Dominicana - Claro

GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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oyó cuando juraron vengarse, excluyéndolo por diez años de los bailes, de la
sociedad y hasta abriendo otro periódico para desacreditar El Oasis. Vaya pasiones
que supo desatar esta danza.
En esta época la tumba comenzó a encaminarse hacia el destierro hasta
llegar, pocos años después a ser eclipsada del repertorio bailable activo; igual
comenzaba a suceder con las danzas de moda que vinieron de Europa. Ahora
bien, ¿qué tenía la tumba tan especial, que no podía dejarse extinguir Simplemente,
que era un baile «limpio», sin consecuencias eróticas. Los «tumbadores»
nunca se pegaban cuerpo a cuerpo, ni se frotaban pecho con pecho, ni
convulsionaban locamente las caderas, ni giraban las extremidades en frenéticos
movimientos, sino que realizaban sus inmaculados giros en grupos de
parejas sueltas.
Según los «oasistas» la coreografía del merengue promovió lo contrario: el
estrecho contacto corporal, el acercamiento promiscuo, lo diabólico, lo lujurioso
y lo libidinoso, la desvergüenza y el jolgorio descontrolado… Para estos
jóvenes, la danza auspició la indecencia y con ella, el desmembramiento de
los patrones morales y el descontrol de la autoridad. Eso fue el merengue para
los representantes de esta generación de pensadores.
Desde este pequeño y maltratado territorio insular, los dominicanos pensantes
miraban entonces hacia la lejana Europa; lo que sucedía en el Viejo
Continente se constituía en el alfa y omega del conocimiento. Aunque de
allí había venido el conquistador-colonizador, de allí también llegaron las
grandes corrientes del pensamiento –la filosofía de la Ilustración y del Enciclopedismo–,
los vientos de libertad levantados por la histórica Revolución
Francesa, las obras maestras de la literatura y las artes en su más alta expresión.
Intelectualmente, lo europeo era el paradigma. A mediados del siglo
XIX, en el Viejo Continente las secuelas del Romanticismo artístico proclamaron
los estandartes del individualismo y de la libertad. Pero, qué sociedades
tan hipócritas se conocieron. Quienes llevaron las riendas de la economía
europea y, por tanto, quienes marcaron el paso de los asuntos artísticos-culturales
fueron los poderosos industriales, los nuevos ricos: los ostentosos burgueses.
Sólo que la moral burguesa estuvo bifurcada: fue una para el hombre y
la calle, y otra para su familia y su hogar. Esos fueron los patrones que estimularon
a la naciente intelectualidad dominicana; esos fueron los comportamientos
que aquí se admiraron y profesaron. Y la libérrima expresividad gestual
del merengue, los ímpetus ocultos que sacaba a flote en los jóvenes, se los
fue desmoronando día tras día.
El músico y literato Manuel Rueda expuso el meollo de la crítica situación
en una entrevista que le hiciera Yaqui Núñez del Risco; a la pregunta de este
comunicador «¿Se lo consideró indecente [el merengue] desde sus comienzos»,
Rueda contestó: «–De acuerdo a la moral del siglo XIX, sí. Entre sus
más conspicuos detractores se cuentan Manuel de Jesús Galván y Ulises Francisco
Espaillat, quienes escribieron verdaderos anatemas y dictaron actas de
destierro contra lo que consideraron, además de inmoral, nocivo a la salud, ya
que afectaba directamente el sistema nervioso…» Más adelante Rueda sigue
amplíando: «…El merengue produjo escándalo porque con él se iniciaba un
nuevo concepto de moralidad, un cuestionamiento de abajo hacia arriba de
las costumbres atildadas que nos venían como herencia europea; y si el merengue
vence en buena lid a la Tumba, también da un golpe de muerte al vals,
a la mazurca y a la polca las que, aunque de procedencia popular, se habían
impuesto como bailes de la aristocracia. Para las límpidas evoluciones de estas
danzas el merengue, más que laberinto, fue caos. Con cada giro caía uno
de los velos de nuestro pudor. En suma, el merengue significó autenticidad,
liberación y desnudez, porque en él primaba el instinto, la inmediatez de las
emociones en la materialidad desenfrenada de los movimientos.» 86
En la edición del 21 de enero de 1855 –No. 9– se desplegó la artillería por
varios frentes. En un escrito sin rubricar, El Oasis martillaba en contra de los
«furiosos merengueadores que quieren soltar la rabadilla bailando un merengue».
Y en Folletín –p. 34–, calzado con los seudónimos de Galván, Heredia y
de Castro, hijo, se decretó el exilio de la danza: