El Merengue: Música y Baile de la República Dominicana - Claro

GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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primeros años del Setecientos: «…existía el zapateo, de origen netamente andaluz
en lo que se refiere a nosotros –aunque el zapatear se observe también en
otras provincias de España–, cuya difusión en América fue considerable. […]
Sería enojoso enumerar las danzas populares mexicanas, argentinas, chilenas,
venezolanas, [dominicanas] derivadas del zapateo. Su migración interamericana
fue tan considerable como la de los bailes del grupo africanoide. Al reiterar
la «blancura» de esta danza, el musicólogo la extiende a los versos y la música
de su patria: «…El zapateo subsiste en Cuba, como patrimonio casi exclusivo
del campesino blanco, formando un bloque particular con sus puntos, décimas
y canciones, directamente derivados del romance andaluz y extremeño.» 50
Hay dos danzas, representativas de las herencias africana e hispana, cuyas
trayectorias muestran su amplia diseminación y permanencia en el continente
americano: la calenda y el fandango. La primera se conoció entre los siglos
XVII y XVIII, perdurando casi toda esta centuria; la segunda, se proyectó desde
principios del siglo XVIII y mantuvo su auge durante gran parte del XIX.
Al sacerdote francés Jean Baptiste Labat le debemos una detallada exposición
de la calenda, que arrasó en el área antillana, pasando con igual empuje
al resto del continente. El padre Labat, maravillado ante la intensidad que el
licencioso baile suscitaba en la población, recogió las impresiones de uno de
sus viajes por islas del Caribe entre 1694 y 1705, y las publicó en París en
1722 bajo el título de Nuevo viaje a las islas de la América. 51
En su relato, el padre Labat se refiere a esclavos africanos en ingenios y plantaciones
antillanas –Fernando Ortiz las sitúa genéricamente en las islas francesas;
Flérida de Nolasco las localiza en La Española y sus dos colonias (española
y francesa)–: «Lo que más les agrada, y es su diversión más común, es la calenda,
que procede de la costa de Guinea, y, según todos los antecedentes, del
reino de Ardá [arará]. Los españoles la aprendieron de los negros, y la bailan en
toda la América, al igual y de la misma manera que los negros. Como los gestos
y movimientos de esta danza son de lo más deshonestos, los amos que viven
moralmente se la tienen prohibida, y procuran mantener viva la prohibición,
lo que no es cosa fácil, puesto que la danza es tan del agrado de los negros que,
niños aún, cuando no tienen todavía fuerzas para sostenerse, tratan los negritos
de imitar a sus padres en sus bailes, y pasarían días enteros en ese ejercicio…»
Desde estas líneas iniciales se definen los referentes que marcarán muchas
danzas criollas del continente: la procedencia africana del baile –que se alternará
o en ocasiones se fundirá con la hispánica–; la propagación por toda
América; su furiosa popularidad entre los esclavos, que pasa a los amos a pesar
de la pretensión de prohibición de éstos por la indecencia gestual; y la ilimitada
duración de la diversión –algo que ya practicaban los aborígenes en sus
diversiones y rituales–.
Por lo que cuenta Labat, la calenda era muy rítmica, se acompañaba de
tambores y palmoteos, se cantaba con coplas repentizadas por un solista, con
estribillos coreados por el grupo, y era un baile con hileras de parejas sueltas,
que ajustaban sus cuerpos al llegar el momento señalado: «Los bailadores se
disponen en dos líneas, los unos ante los otros; los hombres de un lado, las
mujeres de otro. Los espectadores forman un círculo alrededor de los bailadores
y tamborileros. El más hábil canta una tonadilla, que improvisa sobre algún
asunto de actualidad, y el sonsonete o bordón es repetido por todos los
danzantes y espectadores, y acompañado con palmas. Los bailadores alzan los
brazos, como si tocaran castañuelas, saltan dan vueltas y revueltas, se acercan
hasta dos o tres pies unos de otros y retroceden siguiendo la cadencia, hasta
que el son del tambor les advierte que se junten golpeándose los muslos de
unos con los de los otros, es decir, los hombres contra las mujeres. Al verlos,
tal parece que se dan golpes con los vientres, cuando es cierto que sólo los
muslos soportan el encontrón. Retíranse enseguida pirueteando, para recomenzar
el mismo ejercicio con gestos sumamente lascivos, tantas veces como
el tambor da la señal, lo que hace con frecuencia muchas veces seguidas. De
tiempo en tiempo se entrelazan con sus brazos y dan dos o tres vueltas, sacudiéndose
siempre los muslos y besándose…»
La sagacidad narrativa de Labat continúa desplegándose cuando aborda la