El Merengue: Música y Baile de la República Dominicana - Claro

GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
271
FIESTA. GRABADO
DE HAZARD.
haitiana solo se tocaban y bailaban la Cuadrilla, el Minuet, la Polka, el Vals;
pero desde los primeros albores del año 1844, compuso el Coronel Alfonseca
las primeras danzas criollas, a las cuales dio el nombre de Merengues. Algunas
de estas composiciones tuvieron una gran popularidad. Rueda alude, entre
otras, a las siguientes: Boca Canasta, La chupadera, Blas Vallejo, El que no
tiene mil pesos no baila, Mangulina.»
Al estudiarse la historia evolutiva del merengue en el Caribe, resulta difícil
refrendar la absoluta paternidad del coronel Alfonseca sobre el merengue
dominicano. Además, la crónica periodística con la que se ensalzó su figura
cuando falleció, si bien lo señala como un renovador de la danza, no suscribe
que la inventara –era un género caribeño–.
Lo que sí se admite –hay un consenso general en este sentido– es que fue el
primero en llevar los merengues al pentagrama y en difundirlos. Y para ello,
debe considerarse su exitosa carrera musical: compositor, buen clarinetista,
orquestador y director, llegó a ser integrante de la Capilla de Música de la
Catedral, el conjunto artístico-musical más importante en los tiempos de la
Anexión a España. Periódicos de la década de 1850 –La Española Libre, El
Progreso– reseñaron sus exitosas apariciones como director y compositor.
El 15 de julio de 1845 se decretó que en las comunes en donde se formara
un regimiento militar, debía haber una banda de música. Alfonseca fue nombrado
como director e instructor de la Banda del Cuerpo del Ejército de Santo
Domingo el 11 de noviembre de 1846; unas tres semanas después, se le
reconoció el rango de Teniente Coronel, que le correspondía por su cargo.
Fue al frente de su Banda que popularizó los nuevos estilos criollos –danzas,
merengues y mangulinas–. Las retretas en las que participaba con la agrupación
militar tenían lugar en distintos lugares de la capital, entre los que se
contaba la Plaza de Armas –parque Colón–. En estas presentaciones, tanto
Alfonseca como su Banda y sus composiciones, solían ser muy apreciadas y
aplaudidas, recibiendo frecuentes elogios por parte de la prensa.
Fue, pues, desde las entrañas de la danza antillana y del corazón de Santo
Domingo que nació el merengue dominicano. Desde la villa urbana, la más
importante del país y su capital, esta danza se propagó como lava ardiente,
muy probablemente con las bandas militares de música como agente difusor.
Acompasadas con el alma de los vecindarios capitaleños, la música y la danza
merengueras se dirigieron a la conquista de las demás comunidades en el territorio
nacional. Su cadenciosa chispa rítmica, su flexibilidad y organización
melódicas, resultaron ser un medio adapto para cantar las coplas que transparentaron
la naturaleza de la mujer y del hombre criollos. La picardía textual
se alió al baile con sus movimientos de caderas y pelvis; las quejas amorosas
vibraron con la increíble cercanía corporal de pechos y vientres de las parejas;
la política encontró un inmediato vehículo propagandístico.
El merengue nuestro nació urbano y capitaleño. De la mano de Juan Bautista
Alfonseca y las agrupaciones que dirigió –la banda militar y su propia
orquesta–, 142 secundado por otros músicos y sus conjuntos, la música de las
danzas nativas y entre éstas, la del merengue, se desparramó por la República,
encendiendo su gracia bailable en el alma de los barrios y las comunidades
populosas que encontró a su alegre paso. En pocos años –para dicha de los
jóvenes, preocupación de los mayores y bajo el rechazo de un grupo de intelectuales–,
el merengue dominicano logró animar triunfalmente las fiestas de
la alta sociedad decimonónica.