El Merengue: Música y Baile de la República Dominicana - Claro

GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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GÉNESIS DEL MERENGUE, RAÍCES, TRAYECTORIA Y DIFUSIÓN EN EL SIGLO XIX
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Flérida de Nolasco, citada por J. M. Coopersmith en Música y músicos de la
República Dominicana (p. 27): «…se ha dado a este baile el nombre del dulce
de azúcar y claras de huevo –por el carácter ligero y frívolo del baile, o por sus
ritmos cortos y precisos que sugieren el batir de claras de huevo.»
Julio César Paulino, en Entrevista personal (2002): «La palabra merengue
es de origen congo-bantú. Afirmo categóricamente que ese merengue [baile
africano] es congo, precisamente por la etimología de la palabra. Los grupos
bantúes, que tomaron el merengue de los congos, lo llevan hacia el Dahomey,
desde donde la diseminan por el África. La danza es congo y los bantú son los
difusores. Al llegar aquí, esa danza –que es ternaria, no binaria–, desaparece,
no se fusiona con nada. Al tomarse la contradanza y ponerle el nombre
de merengue –por el rompimiento de la coreografía–, se usa la palabra africana
dentro de una danza criolla muy diferente. La gente decía: ‘¡mira, están
bailando merengue!’ ¿Por qué Por el problema del negro bailarín y su
movimiento lascivo.»
Para explicar el nombre de la danza: Arzeno se sustenta en cualidades genéricas;
Peña Morell alude a su gusto dulzón; Nolasco señala el postre que los
franceses llamaron «merengue» desde el siglo XVIII; y Paulino se remite a
una danza africana con igual nombre y al estilo africano de moverse. Anteriormente
expusimos todo lo referente a la temprana adopción del vocablo
francés que da el nombre a un dulce y la ausencia de evidencias para que se
catalogue el término –y una danza merengue– como africano.
Se ha dado por sentado que el merengue y la tumba dominicanas compartieron
un estilo musical: el contradanzado. No se conocen señales de modificaciones
musicales entre la tumba y el merengue primitivo, ni se han descubierto
documentos que así lo indiquen–. Sin embargo, sería lógico suponer
que algo debió de cambiar en la música, que pudo haber algún detonante
rítmico-temporal que impulsó a los danzantes a deshacerse de las amarras del
«decoro» y la «decencia».
Hubo transformaciones y no sólo en República Dominicana. Las pruebas
se encuentran en las danzas habaneras de Cuba, en las danzas-merengues de
Puerto Rico influenciadas por las habaneras cubanas y en los carabiniers de
Haití. Hacia los finales del primer tercio del siglo XIX hubo aires renovados
en la música de las islas antillanas, los cuales motivaron originales maneras de
bailar. Pudieron haber consistido en nuevos enfoques de los giros rítmicos negroides,
ya incorporados a la danza –o contradanza– criolla: cinquillos, tresillos
elásticos, células tango; quizás se concibieron estos elementos de forma más
enfática y reiterativa. El tempo de ejecución debió alterarse, hacerse más vivo.
En República Dominicana no existen pruebas documentales que permitan
afirmar ni negar si hubo una metamorfosis en la música que pasó de la tumba
al merengue. Si musicalmente nada sucedió, entonces la gente, simplemente,
comenzó a bailar distinto porque sí. Si el cambio musical ocurrió, ¿qué tan
grande pudo haber sido Las posibles respuestas –y las propias preguntas–, no
descansan sobre base alguna de sustentación bibliográfica. Ahora bien, aunque
es muy probable que la célula tango se conociera en Santo Domingo por
medio de las antiguas contradanzas españolas, fue con la danza cubana, particularmente
con la habanera, que parece haberse oficializado su uso. Pero tampoco
se sabe de fuente fidedigna, cómo y cuándo pudo arribar la habanera a
nuestro país.
Los géneros musicales se propagaban de una isla a otra en el Caribe con
pasmosa rapidez, extendiéndose su popularidad con igual velocidad hasta el
territorio continental. Con la vívida impresión que generaban las novedades
musicales en aquellas épocas, podía bastar con la llegada a Santo Domingo
de unos cuantos músicos cubanos o puertorriqueños, o que algunos
dominicanos fueran a La Habana o a San Juan, para que su chispa natural
asimilara un ritmo que se daba por nuevo, y lo dieran de inmediato a conocer
en Santo Domingo.
Hasta el presente, no se ha podido determinar con exactitud cuándo surgió
el merengue dominicano; sólo se tiene la seguridad de que ya existía el 26 de
noviembre de 1854, porque aparece mencionado por primera vez en el perió-