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sinas embriagantes de la flora brotan con todo su vigor. Para nadie
pasa desapercibida la plenitud que aflora con su luz.
Madura el alma, el espíritu, la carne, la sangre, la pulpa
voluptuosa de la higuera que se abre para ofrecer su lubricante miel.
Sube así la marea dadora de la naturaleza. Desde su distancia es
opulencia, desborde y rapto. Su llenura es la puerta del placer: todo
debe tomarse como la orquídea de negra presencia o el embriagador
loto. Todo es fecundo.
Ella levanta su velo y muestra su cuerpo una y otra vez,
para cautivar a sus admiradores, existe para nosotros. Es una bella
dama o una amante que precisa ser enamorada. Le gusta que le canten:
cuando se canta a una mujer, se canta a la luna y al hacerlo se
canta a lo femenino. Su mayor fuerza se logra en plenilunio cuando
el sol la preña, es toda luz e incita a dar a luz. Cuando está llena la
línea curva marca la sensualidad de los cuerpos.
¿Cuál es la esencia mágica de la naturaleza de la luna?... La
luz. Recojámosla en esas vasijas que son nuestros cuerpos.
Nuestro inconsciente no es oscuro, es claridad; pero tiene
tanto brillo que encandila nuestra mirada interior, y acostumbrarnos
a ese resplandor, nos salva. La tradición –malévola y perversa– nos
ha legado el temor a la noche y a la oscuridad, obturándonos el
conocimiento de las sombras que quieren comunicar su verdad. La
luna existe para alumbrarnos contra ese temor; amplía más el grado
de luz que está en nosotros, y así no temer a aquello que está oculto
en lo íntimo, lo que no vemos con la lucidez de la consciencia; nuestras
interioridades también las hemos aprendido a llenar de sombras
y las cercamos para que se recreen como monstruos en lo profundo
del ser. Temor que nos maltrata y nos impide ser libres por carecer
del conocimiento de nuestro quinto infierno, de nuestras profundidades,
que, por lo demás, no son nada oscuras; porque lo oculto
no necesariamente es oscuro, puede estar iluminado, pero no visto.
Asumir nuestras brillantes cavernas síquicas nos hace seres nuevos:
asumimos el lado de la luna que no vemos.
Quizá por esto los creadores, los hacedores de arte, lo que
hacen es vaciar en una forma particular, imaginariamente, esa interioridad
oculta y rica, aunque sufran algún terror. Parece que la
luna los toca y los protege, aviva la llama creadora que los habita,
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