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VII. lewis carroll
(1832 - 1898)
La pedofilia estética
Las risas festivas de sus siete hermanas se le aparecían por
todos lados, recordándole el voyeur que fue cuando las espiaba por el
ojo de la cerradura lleno de curiosidad infantil. Ellas eran imágenes de
su interioridad, por eso quiso disfrutar a todas las niñas del mundo. Le
atraían las de mirada seductora y coqueta, cuyos cuerpos se figuraba
desnudos como pasionarias florecidas.
Gustaba fotografiarlas en ademanes sugestivos, con sus insinuantes
hombros desnudos, en posturas sedentes o abandonadas sobre
un holgado kliné. Detrás de la lente veía despuntar a la niña mujer que,
eternamente lastimada, desea liberarse de aquellos que la obligan a
ocultar su inocente cuerpo infantil.
Solía pasear tomado de aquellas manos ingenuas, por eso su
afición a perfumar sus largos dedos con agua de rosas. Cuando se retrata
entre las niñas se hace el centro de esos cuerpecitos menudos, y logra
mucho placer acariciándolas con sus manos de color nevado, como
pastel de cumpleaños; fiesta que a veces celebra sin motivo, el no cumpleaños
–diría él– sólo para divertirse junto a ellas y poder besar, besar y
besar esas mejillas acarameladas. Siempre esperaba el sí de las niñas.
Al verlas jugar a la ronda, alborozadas, sabe que ama esos
cuerpos tibios y oye con nostalgia el canto de sus juegos, antaño
prohibidos para él:
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