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III. frida kahlo
(1907 - 1954)
Una herida que no sanaba nunca
Ella fue escarnecida por la vida, se sentía despreciada en
su salud: sufrió más de treinta operaciones con los consecuentes
letargos antes de volver sobre sí. Frida era una herida abierta que
no sanaba nunca. El crematorio finalmente cauterizó ese cuerpo lacerado;
pero, alma y espíritu quedaron encantados en los trazos de
sus lienzos. Obra hecha a la imagen y semejanza del itinerario de
su sufrimiento. Sentíase la encarnación física y espiritual del dolor, y
pensaba que si toda la vida de un ser se concentra en el ser mismo,
nada mejor que mostrarlo: su rostro y su cuerpo fueron su mejor
temática.
Fue su propia modelo, porque tantos días de postración
vividos por su precaria salud la obligaron a mirarse en una soledad
constante, aguda y lenta. Al verse rota y quebrada salía de sí, abandonaba
su cuerpo y con la ayuda del espejo se observaba. Pintó
innumerables autorretratos por ese deseo de bucear hondo en ese
cuerpo maltrecho, lleno de dolor. Íngrima en su habitación, durante
horas y horas, decidió realizarse en esas limitaciones y logró dejar
una obra pictórica sumamente original: su imagen indescifrable.
Su soledad lacerada la hizo obra de arte. El accidente que a
los 18 años padeció, cuando un tranvía chocó con el autobús en el
que viajaba junto a su novio, y que malogró toda su futura vida, trajo
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