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que viera Diego Sauri, momentos antes de perder el conocimiento,
o la que hizo esperar a Josefa Veytia, mujer de Diego, durante doce
angustiosos años, para decirle un día con su cara llena que estaba
preñada; esos personajes de Ángeles Mastretta en su novela Mal
de amores. Luna que igualmente ve García Márquez que acompaña
a Nena Daconte, hermoso y trágico personaje que se desangra,
dejando la huella de su muerte sobre la nieve, mientras va camino
de su luna de miel. Y la luna sacra que invoca Whitman para que
mire la escena humana poseída por la nocturna muerte... o la que
pintara Goya en su cuadro El Gigante (1820), y que ilumina el titán
que se aloja en nosotros. Luz que va transformando espiritualmente
al personaje que construye Cesare Pavese en su novela La luna y
las hogueras. Y que el apóstol Juan, en Apocalipsis y arrebatado en
espíritu en su revelación, dice: ”toda ella se volvió de sangre”. Duke
Ellington la celebró componiéndole la canción Doncella lunar, Pink
Floyd la mostró en El lado oscuro de la luna. Y H. G. Wells nos la
hace conocer en su hermoso libro Los primeros hombres en la Luna.
Ese claro de luna que pensaba Verlaine “hace soñar a los pájaros
en los árboles”, hecho sonata por Beethoven, y que pintó Miró con
mirada de niño en Perro ladrando a la luna (1926); que Debussy
hiciera melodía, y Maupassant nos mostrara revistiendo los amores
humanos. Plasmada, igualmente, por Vincent van Gogh en Paseo a
la luz de la luna (1890) como serenata de amor... Luna hecha hermosa
canción en Fly me to the moon, y cantada por Frank Sinatra.
¿No fue acaso Luciano de Samosata, nacido hace un mil ochocientos
años, quien narró burlona y magistralmente un viaje a la Luna en su
Vera Historia? Luna narrada de manera magistral por John Steinbeck
en La perla y la luna; y que Dante pensara tan particularmente en su
canto segundo y tercero en el Paraíso de la Divina Comedia. Luna
que siempre fue testigo de los cuentos escritos por Oscar Wilde.
También Kepler, en su cuento Somnium, relata un viaje a la Luna
basado en la ingravidez física de ésta. Georges Méiles nos la ha mostrado
en su película Un viaje a la Luna (1902); igual la filmó Segundo
de Chomón. Luego, Fritz Lang pensó en una mujer viviendo en la
luna y la llevó al cine en Frau im Monde (1928). Décadas después,
Stanley Kubrick, con su Space Odyssey (1968), nos involucra en un
viaje más realista a la Luna y a otros planetas.
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