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antes de su muerte. Su pintura parece romper con la perspectiva,
el marco ahoga lo representado y los objetos están como fuera de
foco, deseosos de escaparse de la tela. Mientras pintaba iba hablando
con la pintura, con el pincel; al concluir el cuadro toda su alma
estaba íntimamente vaciada, desbordándose. Cada pintura la deja
exánime y acrecienta su belleza. Frida sabía que en el sufrimiento,
en su tragedia personal, podía realizarse. Por eso la hizo su estética
y le dio forma pictórica. Con la palabra y con el pincel delineaba
su tormenta interior. Y la imagen que la palabra dictaba al lienzo se
iba haciendo real, configurándose pincelada a pincelada. Esa era su
técnica: palabra pintada, como los artistas de Altamira que trazo a
trazo conjuran la obra...
Parecen cuadros pintados por una niña traviesa, sin embargo,
no hay ingenuidad en Frida. Era una conocedora de los clásicos
y de sus técnicas; su vida con Diego Rivera alimentó ese conocimiento.
Sabemos que conoció a los surrealistas, a Picasso y a los
mejores pintores de su tiempo.
Un gran talento, la originalidad y la trascendencia de su
trabajo la sustentan como una gran artista. Talento que le impidió
competir con su compañero, ese gran pintor que fue Diego Rivera;
de haberlo hecho, hubiera fracasado y ella lo comprendió: el mimetismo
que trae la vida en pareja se debe combatir, porque de lo
contrario se convierte en una negación. Rivera siempre la reconoció
como una excelente pintora, con un estilo único y siempre la alentó
a pintar; al igual que lo hiciera el maestro Picasso cuando conoció
sus trabajos, o el mismo André Breton. Frida, siendo fiel consigo misma,
en lo que fue más fiel fue en su forma de pintar. Ese papel de ser
“la esposa de un gran pintor” como a veces decía, se revelaba contra
su naturaleza creativa. Estar a la sombra no la hacía feliz y la animó
a hacerse grande. Sabedora de esta verdad, fue haciendo una obra
callada que en su momento no tuvo mayores elogios, aun cuando
El Louvre adquirió uno de sus cuadros. Frida Kahlo se bastaba a sí
misma: su arte la ha sobrevivido. Vivir con el pintor Diego Rivera
fue una circunstancia más de su existencia; recordemos que él no
le enseñó a pintar, sin olvidar por eso que el estilo de Rivera estaba
presente en ella. Lo auténtico de Frida fue que supo reconocer la
influencia y no la imitó. Optó por generar después una temática tan
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