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V. truman capote
(1924 - 1984)
El mimetismo trágico
Era como un camaleón fascinante que apuraba sus pasos
cuando incursionaba en las fiestas, llenas de multitudes tímidas saturadas
de culpas. Su mimetismo y simpatía le permitían penetrar
y adherirse a todos los lugares, y ser el sosías de un borracho, de
un diplomático hipócrita, o tener la luna en el alma al escuchar un
solo de trompeta interpretado por un negro en Brooklyn. En New
York, su ciudad, se convertía en rabino, businessman en Wall Street,
meretriz o fanático predicador, de ser necesario, organillero. Supersticioso,
jamás se transfiguró en monja, numero trece, rosa amarilla o
mirada de sarcasmo para el humilde; nunca, nunca se pudo mimetizar
a sí mismo.
Cuando ansiaba los escondidos secretos de los otros, solía
pasar inadvertido y asimilar gestos, respiraciones, haceres y opiniones.
Al sentir resistencia de alguien, forzaba y forzaba hasta proyectarse
como un ectoplasma mucilaginoso, para luego recorrer el
laberinto íntimo preñado de angustias, urdido de fobias y succionar
así los temores y deseos. Era él y otro, un extraño y zoomorfo sujeto
que paladeaba con su larga lengua viscosa las confidencias que
tanto apetecía. Se pegaba sin poderse controlar, como una ventosa,
al cuerpo de las personas, a sus misterios, a los objetos que pueblan
las casas, al sexo escondido de cada invitado en aquellas reuniones
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