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helénico... Eres el príncipe que le canta a la Helade y por eso, los
dioses te cuidaban.
Pregunto, ¿podríamos afirmar que la abundancia del símil,
tanta comparación en tu obra suma otra realidad? Ese correlato que
vas escribiendo paralelo a los hechos de la Ilíada y La Odisea, es una
de las pistas que nos lleva a descubrir tu identidad. De igual modo
el símil te sirve para abundar el relato, pues incorporas elementos
varios: espacio, seres, tiempos... vivencias humanas arquetípicas y
todo lo que permite conocer la condición humana que eternamente
expresa amor, sensualidad, amistad, traición, lealtad, vejez, alegría,
dolor, codicia, egoísmo, hambre, soberbia, arrepentimiento, muerte
y vida... Homero, sabes que si el hombre logra controlar la hybris,
la soberbia, puede llegar a compararse a los dioses, pero está incapacitado
para comprenderlo, y vive negándose y hundiéndose en
tragedias miserables.
Para ti, Homero, el Tiempo es un dios eterno que nunca
existió y siempre está presente. Amabas a Océano por considerarlo
el padre de todas las cosas, y a Tetis la sentías como la madre de los
dioses; en la Ilíada leemos cómo les rindes culto. Homero, tú esculpes
con la palabra, eres un arquitecto de esa realidad fantástica que
describes con tanta energía en los campos de batalla o en los mares
agitados. Ves la belleza en todo lo que rodea al individuo: el mar es
bello por sus líneas onduladas; también lo son los manantiales, la
vegetación, la mirada, el cabello y el porte majestuoso de los héroes.
Un guerrero es hermoso para ti por su fortaleza, y más al vencer en
la lucha. El árbol que mueve sus hojas y la fresca sombra que nos
brinda, es bello. El espectáculo del campo con sus frutos es un himno
a la belleza. La mujer pulcra y el hombre que cultiva su cuerpo y
ama la armonía de la naturaleza, también son bellos.
Nos dices que, la belleza moral, agathós, es un bien que
debe cultivarse; la persona honesta es bella, el compromiso de los
amantes es algo bello. Ser decente es parte de tu ideal: tener buenas
maneras, ser noble, gentil; saber escuchar, saber hablar con los otros
es algo placentero (Bayer, 1993, p. 25).
Sé que Aquiles te devolvió la vista, –lo supe por los juglares–
que antes te la había quitado cuando le pediste que se mostrara
ante ti, que se dejara ver. Aquiles accedió y como venía vestido
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