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Su padre, que tenía la sonrisa más bella del mundo, que le
había enseñado el valor por la vida, con su muerte le negó el placer
de disfrutarlo a plenitud, y ver la imagen de un noble anciano que
termina sus últimos días rodeado de la admiración de todos, porque,
como un gran patriarca, fue capaz de luchar hasta el último día... Ese
es el verdadero acto heroico... Vivir. La muerte llega sola.
Ese viejo de su profunda novela, El viejo y el mar, no es
más que la confirmación ficticia de esa necesidad... El sabio pescador,
a quien la luna le da la bienvenida al amanecer con su luz
moribunda, Ernest lo hace pensar así: “La luna le afectaba lo mismo
que a una mujer. Imagínate que cada día tuviera uno que tratar de
matar la luna. La luna se escapa”... (1973, p. 105). En la lucha contra
el pez, el viejo vence; aun cuando queda exhausto y agotado por
la resistencia que le opone el misterioso animal. El escritor parece
decirnos que la vida es como un nylon que vibra y abre heridas,
pero que con el dolor sobrevivimos... así nos tensa la vida. Aunque
perdamos la carne en la batalla, los arañazos son testigos de nuestra
existencia y es lo que se muestra de nosotros.
Todos los héroes de sus novelas retan a la muerte que se
muestra en forma de metralla, en las astas de un toro o en fieras salvajes.
El escritor construye personajes sin sentimientos, fríos y que viven
sin temor; en verdad ocultan debajo de esas máscaras mucha ternura
y un gran miedo de continuar existiendo en un mundo en donde
predomina la guerra. Hemingway, cuando participó en la guerra civil
española y en la primera y segunda guerra mundial, siempre vio a la
muerte ensañándose en los otros, y no en él que la buscaba. Por eso
el día que ésta se le presentó ya no estaba aquí, ya no tenía vida.
La imagen que lo atormentaba era la de un padre suicida.
El escritor sufría por el vacío que le dejó la muerte intencional y
trágica del ser querido. Ernest Hemingway, el famoso escritor, logró
escribir la poética de la muerte en sus obras para luego actuarla en
su cuerpo. El mimetismo con su padre fue la causa de su tragedia.
Supo que de tanto imaginar, escribir y pensar en la muerte,
podía perder el juicio y previendo eso practicó en sí mismo una
especie de ordalía (*): si lograba sobrevivir al disparo de un fusil en
(*) Medio de averiguación o prueba, usado en la Edad Media europea.
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