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como consecuencia la postración y el deseo de tomar el pincel, y con
cierta ironía recorrer las telas a manera de una radiografía cromática:
iba pintando sus penas, la textura de su piel y los detalles internos
de sus dolores. Unas vértebras desviadas, jamás curadas que hacen
inestable y dolorosa su columna, las representa en La columna rota
(1944). También plasma allí los movimientos de sus articulaciones
fuera de lugar, en ruinas. Mostrábase siempre en sus profundidades
viscerales, a carne abierta, así daba forma a sus lienzos. En Las dos
Fridas (1939), representa su imagen una frente a la otra, esa otra que
siempre quiso ser, la doble que la acompañará hasta su muerte. Y
fue ese deseo de querer ser otra, lo que la mantuvo con vida, no hacer
crisis, y paliar un poco el tormento. El dolor físico y el desamor
los proyectó en esas pinturas de colores y temas tan personales. En
su infancia se inventó una amiga imaginaria con la que solía hablar
y jugar, premonición, tal vez, de lo que ella no sería: una niña sana,
correlona; eso que se truncó en su vida y que le permitió entender la
idea de Schopenhauer –el filósofo tan querido y leído por su padre–,
de que la felicidad está en la salud y en la ausencia de aburrimiento.
Sin gozar de la vitalidad y sabiendo que jamás sería feliz bajo este
precepto, se dedicó a pintar para combatir el tedio y animar a esa
niña que de manera tan alegre representa en sus pinturas. Niña lozana,
mujer rota parece ser su arte poética.
Plasmó la imagen del árbol, que se ha comparado con la
columna vertebral del cuerpo, para representar esa parte dañada de
sí, y de igual forma para simbolizar su enraizamiento en esta vida.
Un árbol de profusas raíces aparece constantemente en su trabajo,
igual que los animales domésticos. El primero es metáfora del Árbol
Universal, de la unión entre cielo y tierra, lo ctónico y lo uránico, la
vida y la muerte: árbol es la fuerza que se mantiene. Los animales, a
su vez, eran considerados por los griegos de estudio indispensable
si se desea comprender al hombre; Frida lo sabía y gustaba de su
compañía. Ella asume que sus piernas y su columna están quebradas
y lucha con su arte para atarse a esta tierra. Lo expresa en Árbol de
la esperanza mantente firme (1946), en La columna rota (1944), en
Yo y mis pericos (1941), y en Autorretrato con monos (1943).
Cuando sintió el color, asumió la confianza que necesitaba
y se hizo pintora. Desde ese momento no dejó de hacerlo hasta poco
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