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Tocados por la luna

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Apreciar la luna, su energía y su sentido en el cosmos es

un acto intuitivo; es despertar lo que está dentro de nosotros, es

poner a funcionar, otra vez, el ritmo natural que nos ha sido rapado

y trastocado por tanta falsa e innecesaria máscara de consumo que

nos impide vivir cómodos, sosegados. Porque la sensación de vivir

nos la están vaciando cada día con tanta existencia de compraventa,

business, bolsa, banca, trato y maltrato y la intentan llenar con slogans

comerciales que no terminan de darnos plenitud. Al contemplar

la luna retornamos a esos que fuimos y seguiremos siendo a pesar

de la todopoderosa “ciencia” que nos destruye con su simulacro de

razón y ganancias; cada día aumentan considerablemente las nuevas

tecnologías y aún más aumentan los desposeídos y miserables

carentes de todo. Porque ahora “se es o se es” internauta, “ser digital”,

hombre virtual, ciborg andante, posiblemente la cúspide de la

deshumanización, la más alta cima de la sofisticación del perverso

consumo. Ser, es ser producto de las máquinas: prohibido imaginar.

Se busca internetizar la cotidianidad y los sentires humanos ante el

cosmos y ante los semejantes. La propuesta es no volver a mirar el

firmamento ni el rostro del prójimo, sino buscarnos y buscarlos en

el monitor, en las fosas de los chips manipulados: si no se halla allí

no existe, no es... Esa es la opción. Tal que si tu ficha personal no la

registra Internet, simplemente no existes, no eres. Se te identificará

porque estás allí, tu cuerpo es una información más, un dato más.

Eres desechable. La biometría se encargará de ti: ahora se nos reconocerá

digitalmente por nuestras formas corporales, tipos de manos,

forma de ojos, tono de voz y por el sudor de la frente que revelará

el trabajo que ejecutamos; y sobre todo por el temor del cuerpo

cuando nos estén digitalizando con escáneres que pagaremos con

nuestros impuestos, porque ya no serás tú sino tu clon. Lo contrario

es ser proscrito de la red, un hacker. Porque el asunto es pensar si el

humano es feliz con todos esos aparatos, o es un desgraciado, cuya

razón técnica únicamente le sirve para elaborar objetos-cosas que

luego le resultan banales, y a los que tiene que planificarle su propia

obsolescencia, mientras va ahogándose entre desechos tecnológicos

y recorre el mundo intentando ocultar la basura tóxica que la madre

tierra se niega a consumir, porque le destruye las entrañas que nos

proporcionan el alimento.

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