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Ni siquiera lo que imaginas tiene existencia. Vendernos el
futuro ya elaborado, ya manipulado, es la mejor idea del mercado.
Es caduco creer que figurarnos el porvenir es todavía un derecho
personal, como tonto es pensar románticamente la luna cuando hoy
no es más que un objetivo militar, o ...”es menospreciada como un
apagado satélite de la Tierra” (Graves, 1996, p. 17). Llama la atención
que hoy quieran redescubrir la Luna y estén iniciando su terraformación,
es decir, preparándola para hacerla habitable –ya ofrecen
un tour lunar y parcelas a plazos (www.lunacorp.com)–, para aprovecharla
como base militar por el agua congelada que contiene, o
como un simple depósito de basura. “Shimizu”, una de las grandes
empresas japonesas de construcción, creó un cemento muy especial
a base de arena lunar: la regolita, pensando en construir módulos
sobre Selene para el turismo interestelar... (Cábala, 2000, p. 11). Ya
no es posible animar más esta civilización industrial.
Los que un día la profanaron, la hollaron en honor a la
razón científica en aquel año de 1969, sólo encontraron soledad,
un desierto. Y tenía que ser así, porque no fueron a develar ningún
misterio. La ciencia que los guiaba los despojó de su capacidad de
asombro, únicamente sintieron desconcierto y hasta inútil el esfuerzo;
y como a todo lo “conocido”, la abandonaron. Para nuestro bien,
su lado oculto sigue oculto y continuamos amando el misterio que
ella representa. Los primeros rituales eran un acto de celebración, el
ritual tecnológico de hoy continúa celebrándola, pues aún ignora a
esa luna ebúrnea que nos mira
Digo, afirmo, grito rotundamente: cuando el humano en
nombre del “progreso” –henchido por la hybris, la soberbia digamos–
quebró la sincronía entre su hacer diario y la naturaleza, es
decir, dejó de ser sagrado y quedó en orfandad del Cosmos, se lanzó
en los brazos de Caos, y a él únicamente se le enfrentan los dioses
o los poetas. Poetas somos todos, y eso nos salva. No dejemos que
se apague la luna.
Bien sabemos que la sensación de vida proviene del fondo
de cada uno de nosotros y de la armonía que tejamos con el universo.
Recordemos que los antiguos eran contempladores acuciosos
del firmamento y sabios intérpretes de sus señales; hagamos como
las aves que se orientan por el resplandor de la luna. Rescatemos
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