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Como Borges, fue precedido por “otro”, y por eso luchó
por hacerse único. La imagen de su hermano muerto un año antes
de que él naciera, el recuerdo de ese niño de casi dos años,
lo acompañó hasta el fin de sus días; porque ser querido por sus
padres a través del recuerdo del primer Salvador, lo condujo a la
exacerbación de su yo para lograr hacerse a sí mismo. Consideraba
que llamarse Salvador, al igual que su hermano muerto, era demasiado.
Se entiende así, por qué toda su vida fue una lucha por hacer
de Salvador Dalí a Dalí, que en catalán quiere decir deseo. Desde
niño se inventó su propio oráculo, al que consultaba de su destino.
“Conócete... luego sé tú mismo”, fue la respuesta que siempre oyó.
De ahí su excentricidad tan auténtica, lejana de imposturas.
Dalí practica la oniromancia, es decir, se detiene a interpretar
sus sueños. Cuando soñaba quería ver cada uno de sus cuadros.
Y ese era su secreto, pintar sueños hechos a todo color, sueños en
cinemascope. Miraba el mundo al revés para no perecer en la acomodaticia
y metódica realidad aceptada; de niño le gustaba levantar
la piel del mar para saber qué vivía bajo la húmeda sombra. Con
sus pinturas tan fantasmagóricas, siempre nos está diciendo que no
temamos mostrar lo extraño que existe en nosotros, sentirlo, manifestarlo,
y si es de manera artística mejor.
Lo que Freud teorizó, escribió y formuló del hombre, él
lo hizo pintura. Y todas las propuestas del psiquiatra acerca de la
neurosis, consideraba que estaban en él, y se creía un neurótico, y
por eso su obra es un delirio. Esto lo llevó a nombrar a su método
de trabajo “crítico-paranoico”, que se basa en la espontaneidad irracional
y la creación automatizada que proviene de los recuerdos que
duermen en el subconsciente. Dalí quebró el surrealismo cuando se
le opuso con su análisis paranoico, y se reveló contra ese movimiento
porque al igual que lo hacía su familia, le prohibía su libertad para
expresarse; él renegaba de la autoridad.
Arte, obra copiosa la suya –este Dalí tan denso que no me
cabe en dos cuartillas– nutrida de abundantes conflictos dalinizados.
Me asombra esa hermosa representación de lo onírico plasmado en:
Sueño causado por el vuelo de una abeja (1944), y en Naturaleza
muerta viviente (1956). Con Los relojes blandos (1931) retó a darle
forma al tiempo, ese enigma, esa imposición a la que nos someten
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