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Tocados por la luna

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El día que se consagra como Samurai hace el juramento de

luchar por la tradición y cultiva el desprecio por los shi-jinrui, esa

nueva raza de japoneses nacidos después de la segunda guerra mundial

que fue entregándose a los valores, usos y formas occidentales.

Mishima veía que el Japón se difuminaba como un espejismo, como

si el contaminante hongo atómico no satisfecho con la destrucción

física y humana de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945,

respectivamente, además borraba las antiguas costumbres.

Agotado por una lucha que finalmente consideró inútil,

pensó en el seppuku, esa práctica de eviscerarse y luego ser decapitado,

ansiaba liberarse de lo terrenal y del atavismo: al destruirse, el

otro que lo poseía desaparecería y él se hallaría en el alma del acero.

Mientras preparaba la sangrienta ceremonia le surgieron incógnitas:

¿He de perecer como el antiguo griego que desea morir bajo un sol

esplendente, o como los gatos que se ocultan cuando la muerte se

les acerca para que nadie los vea morir?

Llegada la hora y vestido con un traje de gruesa pieza de

seda, se presenta frente a los generales instalados en el edificio de

la Defensa Nacional de Japón; difunde su discurso final, arenga a los

soldados, calla y da por hecho que su sueño del rescate del pasado

puede hacerse realidad; luego, como estaba establecido, una mano

amante tomó el tachi, sable de combate, y lo decapitó... El gran escritor

japonés, mientras moría, tuvo tiempo para oír el goteo de su

sangre en el cuenco de sus manos y rígido sobre el piso de ciprés

tallado, ver la flor de loto y el color de la primavera cuando los cerezos

florecidos se ofrecen; en el estertor final quiso sentir el olor a

sangre como su último placer... penetró el yang con avidez y pereció

en el yin, su sendero inevitable... Los kojiki, rollos sagrados en donde

vive la memoria de sus ancestros, le advirtieron que su mirada de

persiana contemplaría la victoria cuando se sumara al vacío.

Mishima, el último noble japonés, sería intenso hasta en la

muerte... Nadie como él ha actuado todos los deseos y fantasías. Hijo

del sol naciente, se sintió amado y arrullado por la luna.

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