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CAPÍTULO 11
»“¿Puede haber una solicitud más injusta?”, replicó. “¡Pedir
a una mujer que se deje en desventaja! Además, ¿cómo
sabe usted que me va a reconocer? Los años no vienen solos”.
»“Como usted puede ver”, le dije, haciendo una venia, y
con una leve risa, sin duda algo melancólica.
»“Y como nos dicen los filósofos”, dijo ella. “Y ¿por qué
cree que ver mi cara lo ayudará?”.
»“En cuanto a eso, estoy dispuesto a correr el riesgo”,
le dije. “No puede fingir que es una mujer vieja. Su figura la
delata”.
»“No obstante, han pasado bastante años desde que lo
vi por última vez. O más bien, desde que usted me vio a
mí. Millarca es mi hija, lo cual quiere decir que yo no puedo
ser considerada joven, ni siquiera en opinión de personas a
quienes el tiempo ha enseñado a ser indulgentes. Y tal vez no
me gustaría que usted me comparara con la persona de quien
se acuerda. Usted no lleva máscara, entonces no se la puede
quitar. No tiene nada para ofrecerme en cambio”.
»“Mi solicitud es que tenga piedad usted de mí y se la
quite”.
»“Y la solicitud mía es que me permita dejarla ahí donde está”.
»“Bueno, pero al menos me puede decir si usted es francesa
o alemana. Habla ambos idiomas tan perfectamente”.
»“Creo que no se lo voy a contar, mi general. Usted me
quiere sorprender y está calculando cuál será el mejor punto
del ataque”.
»“En todo caso, hay algo que no puede negar”, le dije.
“que por tener el honor de poder conversar con usted, debería
saber cuál es la forma correcta de expresarme. ¿Debería
llamarla madame? ¿O condesa?”.
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