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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CARMILLA

No puedo permitir que continúe un viaje que evidentemente

será largo, sin que corra peligro. Si es verdad, como

usted ha dicho, que no puede suspender el viaje, tendrá que

separarse de ella esta misma noche. Y en ningún lugar podría

dejarla con tantas y tan honestas manifestaciones de un tierno

cuidado como el que encontrará aquí.

Había algo en el aire de esta señora, y en su figura, de tanta

distinción, e incluso de imponencia, y en su manera de ser

tan agradable, que dejaba a uno impresionado. Y eso aparte

de su elegante comitiva y la sensación inequívoca de que se

trataba de un personaje

importante.

Ya habían levantado la carroza, estaba puesta en posición

para andar de nuevo, y los caballos se habían calmado y tenían

sus arneses otra vez en orden.

La señora echó a su hija una mirada que no me pareció

tan afectuosa como hubiera esperado a la luz de la escena

inicial. Luego, con un gesto discreto, llamó a mi padre a un

lado y se alejó con él unos pasos para que estuvieran fuera

del alcance de nuestros oídos. Observé cómo le habló con

una expresión fija y severa, muy diferente de la que había

tenido cuando hablaba unos momentos antes.

Me sorprendió mucho que mi padre no pareciera haber

notado el cambio. Me dio una curiosidad insaciable por saber

qué era lo que ella le estaba diciendo, prácticamente pegada a

su oído. Lo decía, además, con tanta intensidad, y tan rápido.

Estuvieron ocupados así durante dos minutos, o tres cuando

mucho. Terminada la conversación, ella se volteó y dando

unos cortos pasos llegó a donde yacía su hija en brazos de

madame Perrodon. Se arrodilló a su lado por un momento y le

susurró algo al oído, que madame suponía era una bendición.

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