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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CARMILLA

supo que nadie en el coche, ni ninguno de los que estaban

atendiendo, había sufrido heridas. Pero, al enterarse de que

su madre le había dejado aquí hasta su regreso en unos tres

meses, se puso a llorar.

Estaba yo al punto de agregar mis consuelos a los de madame

Perrodon, cuando mademoiselle De Lafontaine me

tomó del brazo y me dijo:

—No te acerques. Por ahora ella no puede conversar con

todos nosotros al mismo tiempo, sino solamente uno por

uno. En este momento cualquier agitación le podría hacer

daño.

Tan pronto esté cómodamente acostada en una cama,

pensé yo, voy a ir a su cuarto para verla.

Mientras tanto mi padre había despachado a un sirviente

a caballo para que fuera a traer al médico que vivía a unas

dos leguas de nosotros. Y una habitación se preparaba para

recibir a nuestra joven huésped.

Ella se levantó ahora, y recostada en el brazo de madame,

caminó lentamente por el puente levadizo y entró al castillo.

En el amplio vestíbulo del castillo los sirvientes la esperaban,

y sin más demora la condujeron a su habitación. El lugar que

habitualmente usamos como salón de estar es una sala larga

con cuatro ventanales que dan a la fosa y al puente levadizo,

y al bosque que antes describí. Los muebles son de roble

tallado, y hay altos escaparates. Los asientos están forrados

de terciopelo carmesí de Utrecht. Las paredes están cubiertas

de tapicerías con grandes marcos dorados, y las figuras,

de tamaño real, están vestidas de atuendos antiguos y muy

curiosos. Los personajes representados están dedicados a la

cacería, a la halconería, y en general a un ambiente festivo.

El lugar no es tan majestuoso como para no ser cómodo.

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