Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
CAPÍTULO 1
Por ahora debo decirle que era muy reducido el número
de personas que compartíamos la vida en el castillo. No
incluyo a los criados, ni a los dependientes que ocupaban
algunos cuartos en los edificios anexos. Estaba mi padre, el
hombre más bondadoso sobre la faz de la tierra pero ya entrando
en años, y yo, que solo contaba con diecinueve años
en la época en la que ocurrieron los sucesos que le voy a
contar. Todo sucedió hace unos ocho años.
Mi padre y yo constituíamos la familia en el castillo. Mi
madre, una señora de la sociedad estiriana, murió cuando yo
era bebé. Pero tuve una nana, una mujer de muy buen genio,
que me acompañó, podría decirse, desde mi infancia. De hecho,
no recuerdo ningún tiempo en que su rostro, regordete
y benigno, no haya sido un cuadro familiar en mi memoria.
Su tierno cuidado y amable temperamento suplieron en
parte la pérdida de mi madre, de quien ni me acuerdo, ya
que la perdí a tan tierna edad. Madame Perrodon, que así se
llamaba, oriunda de Berna, era el tercer miembro de nuestro
grupo cuando nos reuníamos a cenar. Había un cuarto, mademoiselle
De Lafontaine, que me servía de institutriz, como
creo que es el término correcto. Ella hablaba francés y alemán;
madame Perrodon, francés y un inglés chapuceado; y al
anterior mi padre y yo agregamos el inglés correcto, en el que
nos acostumbrábamos a conversar siempre, en parte para
que no se perdiera entre nosotros, y también por razones patrióticas.
En consecuencia la casa era una especie de Torre de
Babel, que les causaba risa a nuestros visitantes. Pero no haré
ningún intento de reproducir el efecto en el curso de este
relato. Había dos o tres muchachas de aproximadamente mi
edad que en ocasiones nos visitaban. Normalmente, aunque
no siempre, sus visitas eran bastante breves.
21