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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CARMILLA

aquellos pasillos secretos que la vieja ama de llaves decía que

existían en el castillo, según la tradición, pero que ya nadie

sabía dónde se encontraban. Sin duda, pensé, con el tiempo

sabremos la explicación, por más desconcertados que estábamos

en ese momento.

Eran más de las cuatro de la mañana, y yo decidí pasar el

resto de la noche en la habitación de madame Perrodon.

El alba llegó, sin ninguna solución del misterio. Todo el

mundo, con mi padre a la cabeza, amaneció en un estado de

confusión y agite. Se buscó en cada rincón del castillo. Algunos

salieron a explorar dentro del bosque. Pero no se encontraba

ningún vestigio de Carmilla. Se contemplaba la posibilidad

de dragar el río. Mi padre estaba angustiado. ¿Cómo

contar lo sucedido a la madre de la pobre niña cuando regresara?

Yo también estaba adolorida, pero mi sufrimiento era

de otro orden.

Pasó la mañana entre la angustia y la agitación. Llegó la

una de la tarde, y aún no había noticia alguna. Yo subí la escalera

y entré en la alcoba de Carmilla, y allí estaba ella al pie

del tocador. Quedé de una sola pieza. No podía creer lo que

estaba viendo. En silencio, con un gesto de su dedo tan bonito,

me señaló que me acercara. Llevaba una expresión de

mucho temor. Me lancé a sus brazos en un éxtasis de alegría.

La abracé y la besé una y otra vez. Corrí a buscar la campana

y la toqué con vehemencia para que los demás llegaran al

lugar y así poder aliviar la angustia de papá.

—Querida Carmilla, ¿dónde has estado todo este tiempo?

Hemos estado muertos de la angustia buscándote. ¿Dónde

estabas? ¿Cómo regresaste?

—Fue una noche de maravillas –me dijo.

—Por el amor de Dios, explícate.

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