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CARMILLA LIBRO FINAL HERNÁNDEZ MORENO

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CAPÍTULO 15

—¿Cómo agradecerle, Barón? –dijo–. ¿Cómo podríamos

todos agradecerle? Usted habrá liberado esta región de lo

que ha sido un flagelo para sus habitantes durante más de

un siglo. Gracias a Dios, ya hemos localizado a este terrible

enemigo.

Mi padre se alejó con el caballero y el general los siguió.

Lo llevaba fuera del alcance de mis oídos evidentemente

para poder hablar de mi caso. Vi cómo, de vez en cuando,

me miraban de soslayo. Cuando dejaron de conversar, mi

padre vino a donde yo estaba, me besó y me llevó fuera de

la capilla.

—Es hora de regresar –dijo–. Pero tenemos que llevar

con nosotros al buen sacerdote que vive cerca de aquí. Tenemos

que persuadirle para que nos acompañe.

El sacerdote aceptó nuestra invitación y nos fuimos para

la casa con él. Me sentí feliz de llegar, ya que estaba muy cansada.

Pero mi contento se convirtió en desconcierto cuando

me dijeron que nada se sabía sobre el paradero de Carmilla.

Encima, nadie me explicó qué era lo que había ocurrido en la

capilla. Evidentemente se trataba de un secreto que mi padre

guardaba y que no me iba a comunicar en ese momento.

La siniestra ausencia de Carmilla sólo sirvió para subrayar

el horror de la escena que había visto. Y para la noche se

preparó algo muy singular: dos criadas junto con madame

Perrodon fueron destacadas para permanecer conmigo en la

alcoba, mientras que mi padre y el sacerdote se escondieron,

vigilantes, en el vestuario.

Antes de acostarme, el sacerdote había celebrado ciertos

ritos solemnes cuyo sentido no comprendía. Como tampoco

comprendía por qué se tomaban tan extremas medidas de

precaución para protegerme mientras dormía.

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