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CARMILLA
cosa, pero conoce, por supuesto, las limitaciones acordadas
con mi mamá.
—Perfectamente, mi querida niña. No tengo por qué tocar
los temas sobre los cuales ella insiste que guardemos silencio.
Ahora, la maravilla de anoche es el hecho de que tú
hayas sido sacada de tu cama y de tu alcoba sin ser despertada,
y que este traslado haya ocurrido aparentemente estando
las ventanas selladas y las dos puertas cerradas con llave
desde dentro. Te voy a contar mi teoría. Pero primero quiero
formularte una pregunta.
Carmilla descansaba su cabeza sobre una mano. Parecía
desanimada. Madame y yo quedamos a la escucha, casi sin
respirar.
—Ahora, mi pregunta es la siguiente. ¿Alguna vez han
sospechado que tú seas sonámbula?
—No, desde que fui muy niña.
—¿Pero sí caminabas dormida cuando muy niña?
—Sí, es cierto. Muchas veces me lo contó mi vieja nodriza.
Mi padre sonrió y movía la cabeza como signo de complacencia.
—Entonces lo que sucedió fue esto: te levantaste dormida,
abriste la puerta sin dejar la llave en la cerradura, como
era la costumbre, sino que la sacaste y aseguraste la puerta
nuevamente desde fuera.
Luego retiraste la llave y la llevaste contigo a una de las
veinticinco habitaciones que hay en este piso, o a un piso superior,
o a otras más abajo. Es que aquí hay tantas habitaciones
y closets, y tantos muebles pesados, y tanta acumulación
de trastos viejos que haría falta una semana para poder lograr
una requisa completa de este castillo. ¿Ahora me entiendes?
—Sí. Pero no del todo –respondió ella.
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