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CARMILLA
—A propósito –dijo mademoiselle, riéndose–, el sendero
de limeros que corre bajo la ventana de Carmilla tiene su
propio fantasma.
—¡Tonterías! –exclamó madame, que probablemente
consideraba el tema inapropiado–. ¿Y quién le contó eso,
querida?
—Martín dice que, cuando la vieja puerta estaba en reparación,
él pasó por allá dos veces antes del amanecer, y en
ambas ocasiones vio la misma figura femenina caminando
por ese sendero.
—Así debe de entretenerse cuando todavía no ha ordeñado
las vacas que lo están esperando en los campos al borde
del río –dijo madame.
—Tal vez. Pero Martín se asustó. Diría que nunca he visto
un bobo tan asustado como estaba él.
—No debes decirle nada de eso a Carmilla, porque ella
puede ver ese sendero desde su ventana –le dije–. Y ella es
aún más cobarde que yo, si eso es posible.
Ese día Camilla se presentó más tarde que de costumbre.
—Estaba muy asustada anoche –dijo, tan pronto nos
encontramos–. Estoy segura de que hubiera visto algo horrible
si no fuera por ese amuleto que me vendió aquel
pobre jorobado a quien insulté tanto. Soñé con algo negro
que merodeaba alrededor de mi cama y me desperté
horrorizada. Durante unos segundos estaba convencida
de que estaba viendo una figura oscura al lado de la chimenea.
Pero busqué mi amuleto debajo de la almohada y
apenas lo toqué la figura desapareció. Si no hubiera tenido
ese talismán a la mano, estoy segura de que algo terrorífico
habría aparecido, y tal vez me habría estrangulado,
como le pasó a esa pobre gente de quienes nos hablaron.
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