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CAPÍTULO 7
Una noche, en vez de escuchar las voces que estaba acostumbrada
a oír en la oscuridad, sentí una sola voz, dulce y
tierna, y al mismo tiempo temible, que dijo:
—Tu madre te advierte; ten cuidado del asesino.
En el mismo momento, una luz surgió inesperadamente,
y vi a Carmilla, parada al pie de mi cama, en su camisón blanco,
bañada, de pies a cabeza, por una gran mancha de sangre.
Me desperté con un aullido, convencida de que a Carmilla
la estaban matando. Recuerdo cómo salí de la cama de
un brinco, y mi próximo recuerdo es estar en el corredor,
pidiendo ayuda a gritos.
Madame y mademoiselle salieron de sus habitaciones a la
carrera. A la luz de una lámpara que se mantenía encendida
en el corredor, ellas me vieron y pronto les conté la causa de
mi terror.
Insistí en que teníamos que llamar a la puerta de Carmilla.
Tocamos, pero no hubo respuesta. En cuestión de minutos
estábamos golpeando durísimo y gritando a voz en
cuello. La llamamos fuertemente por su nombre. Pero todo
en vano.
Nos asustamos las tres, porque la puerta estaba cerrada
con llave. Regresamos con pánico a mi alcoba. Una vez allá,
tocamos la campana largamente, y con furia. Si el cuarto
de mi padre se hubiera localizado en ese lado del castillo,
le habríamos llamado de una vez para ayudarnos. Pero lamentablemente
estaba demasiado lejos y no nos podía oír.
Para llegar a donde él se requería de un coraje que ninguna
de nosotras poseía.
Por fortuna vinieron los sirvientes, subiendo a toda velocidad
por la escalera. Mientras tanto, yo me había puesto la
bata de levantar y mis pantuflas. Mis compañeras habían lle-
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