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CARMILLA
—¿Por qué la gente abandonó el pueblo?
—Los perseguían los espíritus de los muertos, señor –
respondió el viejo–. Algunos de aquellos fantasmas fueron
identificados en sus tumbas, donde la gente los eliminó de la
manera usual. Los decapitaban, o los quemaban en la hoguera.
Pero no antes de que esos espíritus hubieran asesinado a
mucha gente del pueblo. Sin embargo –continuó–, aun después
de todos estos procedimientos legales, luego de abrir
muchas tumbas y quitarles a los vampiros su terrible poder
de destrucción, el pueblo no se alivió. Pero hace muchos
años la noticia de lo que estaba pasando llegó al oído de un
aristócrata de Moravia que casualmente viajaba por esta región.
Siendo él adepto, como lo es mucha gente en su tierra,
según entiendo, en la práctica de ciertas artes y poderes sobre
los espíritus, el hombre se encargó de liberar al pueblo de
los fantasmas que lo atormentaban. Y lo hizo de la siguiente
manera. En una noche de luna, subió a una de las almenas
desde donde podía divisar el patio de la capilla. Usted mismo
puede verlo desde esa ventana. Esperó allá hasta que vio al
vampiro salir de su tumba y dejar al lado de ella su ropa bien
doblada. Luego ese espanto se deslizó hacia el pueblo para
atacar a sus habitantes.
»El hombre, habiendo visto todo esto, descendió, levantó
la ropa (mejor dicho, la mortaja del vampiro) y con ella en sus
manos, ascendió de nuevo a la cumbre de la almena. Cuando
el vampiro regresó de sus miedosas andanzas y no encontró
la tela en que quería envolverse, vio al hombre de Moravia
arriba en la torre; y este le señaló que ascendiera para recibir
su mortaja. El vampiro aceptó y subió al encuentro con el
hombre, quien, con un fuerte golpe de su espada, partió el
cráneo del otro en dos, haciendo que cayera estrepitosamen-
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