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CARMILLA
»En medio de mi perplejidad, se me presentó una preocupación
mucho más grave y urgente: mi querida niña empezó
a perder su buena salud y se le mermaba incluso su misma
belleza. Y todo de una manera tan extraña, y tan horrible,
que me dejó completamente atemorizado.
»Primero tuvo sueños espantosos. Luego imaginaba que
se le aparecía un fantasma, a veces con cara de Millarca, y
otras veces en la forma de un animal salvaje, percibido borrosamente,
que merodeaba al pie de su cama, yendo de un
lado a otro.
»Y por último, experimentó una serie de sensaciones. Una
de ellas, muy peculiar pero no desagradable, dijo, se asemejaba
a la corriente de un río que fluía contra su pecho. Más
tarde, sintió algo como un par de largas agujas que le penetraban
un poco debajo de la garganta, causándole un dolor
agudo. Unas noches después, sintió una gradual y convulsiva
sensación de ser estrangulada. Seguido por una pérdida de
conocimiento.
Pude oír distintamente cada palabra que pronunciaba el
viejo general Spielsdorf, ya que el coche pasaba entonces sobre
el césped que se extiende por ambos lados de la carretera
cuando uno se acerca al desentejado pueblo donde no se
había vislumbrado humo de ninguna chimenea en más de
medio siglo.
Usted puede imaginar lo extraño que resultó para mí oír
mis propios síntomas descritos tan exactamente como los de
la pobre muchacha quien, si no fuera por la catástrofe que
le sucedió, hubiera estado de visita en nuestro hogar. Puede
usted suponer, también, cómo me sentía al escucharle detallar
los hábitos y las misteriosas peculiaridades que eran, de
hecho, las de nuestra bella visitante Carmilla.
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