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Espaces imaginaires - Adehl

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irrefrenable del lector del género íntimo de conocer, imitar y juzgar<br />

al protagonista del relato, aun cuando se trate de un “ejemplo” de<br />

vagabundos y “espejo”, por supuesto, de tacaños.<br />

La novela de Quevedo construye alrededor del protagonista<br />

el peor contexto social, puesto que robo, prostitución, miseria y<br />

hechicería representan un ambiente que vuelve imposible ascender<br />

al escaño social más alto; sin embargo, Pablos se atribuye<br />

pensamientos de caballero, pretende aprender virtudes y profesar<br />

honra, y para ello se finge rico, se atribuye un linaje falso, figura<br />

poseer bienes, caballos, casa, en fin, se disfraza. De forma similar<br />

a lo que hace el pícaro del siglo xvii, Jorge (protagonista de los<br />

cuentos de La ley de Herodes) tiene pensamientos de caballero, se<br />

endeuda, busca aprender virtudes y profesar honra para alcanzar la<br />

meta aparentemente imposible de ser un intelectual reconocido y<br />

remunerado por la sociedad, así como deseado por las protagonistas<br />

femeninas.<br />

Las aspiraciones de Jorge, tanto sexuales como profesionales, son<br />

perennemente obstaculizadas, por lo cual el protagonista recurre a<br />

medios ilícitos, aunque inocuos, para la adquisición de un terreno<br />

o para robarle un beso a su amada. Lo ilícito se cumple porque es<br />

claro que aquellos bienes y atenciones no están destinados para él,<br />

por eso tiene que sustraerlos al cruel destino que lo obligó a nacer<br />

bajo la estrella de “pobre diablo”. La constatación fría de la mala<br />

suerte del protagonista sirve al lector como ejemplo del fracaso<br />

que el pobre diablo carga consigo. Todo le sale irremediablemente<br />

mal: “No me daba cuenta de que éste era, en realidad, The end of the<br />

affaire. Habíamos hecho todo, menos el amor, y todo había salido<br />

mal, y si hubiéramos hecho el amor, también hubiera salido mal” 6 .<br />

A pesar del fracaso y la frustración, a pesar de que Julia sea capaz,<br />

como las heroínas de sus obras, de odiar en silencio durante días<br />

enteros, Jorge siempre le implorará perdón:<br />

77<br />

Le dije que no había de qué pedir perdón; me sentía feliz. Cambié mis planes y<br />

pasamos el día juntos. Al cabo de un rato comprendí que a pesar de lo que me<br />

había dicho por teléfono, no se sentía injusta, sino víctima de un neurasténico 7 .<br />

6 “La vela perpetua”, LLH, p. 108.<br />

7 Ibíd., p. 107.

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