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EL ZELOSO ESTREMEÑO 169
la sepultura, y así fuera, si el sagaz perturbador del so-
siego humano no lo estorvara, como ahora oiréis.
Dígame, pues, el que se tuviere por más discreto y
recatado, qué más prevenciones para su seguridad po-
día haber hecho el anciano Filipo, pues aun no consin- 5
tió que dentro de casa estuviese ningún animal que
fuese varón: que los ratones de ella jamás los persiguió
gato, ni en ella se oyó ladrido de perro, y aun éstos
vivían en perpetua continencia, y primero se murieran
mili veces que tener generación. De día pensaba; de 10
noche no dormía; él era la ronda de su casa, y el Argos
de la que más quería. Jamás entró hombre de la puerta
adentro del patio; con los amigos negociaba en la calle;
las figuras de los paños que sus salas adornaban, todas
eran de hembras, o de flores y boscajes; quanto en su 15
casa se veía, todo era honestidad, recogimiento y reca-
to; aun en las consejas que en las largas noches del
invierno a la chimenea sus criadas contaban, por estar
él presente a todo, ningún género de lascivia se descu-
bría. A los ojos de Isabela páresela la plata de las ca- 20
ñas de Filipo cabello de oro puro, porque el primer
amor que las doncellas tienen, se imprime en ellas,
como el sello en la cera, y así suelen guardarle en la
memoria como el vaso nuevo el olor del licor primero
con que le ocupan. Su demasiada guarda la parescía 25
advertido recato, o, a lo menos, que lo mesmo debía de
l)asar por todos los recién casados. No se desmanda-