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EL ZELOSO ESTREMEÑO 235<br />

no esperada nueva; y procurando cada una su remedio<br />

o su disculpa, quál por una parte y quál por otra, se<br />

fueron a esconder por los desvanes y rincones de la<br />

casa, dexando solo al buen músico; el qual, dexando la<br />

guitarra y el canto, lleno de turbación, no sabía qué 5<br />

hacerse. Torcía Isabela sus blancas manos; abofeteába-<br />

se, aunque blandamente, la señora González; en fin,<br />

todo en todos era confusión, miedo y espanto; pero la<br />

dueña, como más astuta y reportada, dio orden como<br />

Loaisa se entrase en un aposento suyo, y que ella y su jq<br />

señora se quedasen en aquella sala, donde no falt£U"ía<br />

escusa que dar a su señor, si allí las hallase.<br />

Escondióse luego Loaisa, y la dueña se puso atenta<br />

al corredor a escuchar si su amo venia, y no sintiendo<br />

ni viendo a nadie, tomó ánimo, y poco a poco se llegó 15<br />

hasta el aposento donde el viejo dormía, y oyó que<br />

roncaba primero, y asigurada viendo que dormía, soltó<br />

los chapines, y alzó las faldas, y, corriendo como un<br />

gamo, volvió a pedir albricias a su ama de lo que había<br />

visto, la qual se las mandó de muy entera voluntad. No 20<br />

pensó González de perder la coyuntura que la suerte<br />

le ofrecía gozar primero que todas las otras; que ella<br />

se imaginaba querida del músico; y así, diciéndole a<br />

Isabela que esperase en la sala mientras que ella iba

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