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EL ZELOSO ESTREMEÑO 173
prima noche, y desde allí gobiernan el mundo, casan
a las doncellas, descasan a las casadas, dicen su pare-
cer de las viudas, acuérdense de las solteras, y no per-
donan a las religiosas; califican executorias, desentie-
rran linages, resucitan rencores, entierran buenas opi- 5
niones y consumen casas de gula, fin y paradero de
toda su plática. Espantan juntos, no admiran solos,
ofrecen mucho, cumplen poco, pueden ser valientes y
no lo parescen, y en esta parte los alabo, porque la va-
lentía no consiste en la apariencia, sino en la obra. 10
Cada parroquia o barrio tiene su titulo diferente, como
las academias de Italia, y en una de ellas a los viejos
ancianos y hombres maduros, que toman de asiento las
sillas y se las clavan al cuerpo por no dexallas desde en
acabando de comer hasta la noche, llaman mantones; 15
a los recién casados, que aun tienen en los labios las
condiciones y costumbres de los mozos solteros, llá-
menlos socarrones, porque, como digo, participan de
la sagacidad de los antiguos casados y de la libertad de
los mozos; a los mozos solteros llaman también birotes, 20
porque ansi como los birotes se disparan a muchas par-
tes, éstos no tienen asiento ninguno en ninguna, y an-
dan vagando de barrio en barrio, como se ha dicho.
Los de otra collación se llaman los perfectos; de otra
los del portalejo; pero todos son unos en el trato, eos- 25
tumbre y conversación.
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Uno, pues, de éstos, que era birote, acertó a mirar la
casa de Carrizales y, viéndola siempre cerrada, le tomó
gana de saber quién vivía dentro, y con tanto ahinco y
curiosidad hizo esto, que de todo en todo vino a saber 30
lo que deseaba. Supo la condición del viejo, la hermo-
sura de Isabela y el modo que tenía de guardarla, todo