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el_eje_del_mal

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El <strong>eje</strong> d<strong>el</strong> <strong>mal</strong> es heterosexual<br />

que era H<strong>el</strong>en Hunt (la verdadera heroína de la p<strong>el</strong>ícula, en mi opinión)<br />

montada en aqu<strong>el</strong> carro de caballos, todas las pequeñas reglas no escritas de<br />

mi pequeña ciudad caían de nuevo sobre mí. Una no debía vestir de forma<br />

inapropiada porque quedaba marcada como «una chica fácil». O, al menos no<br />

era tomada en serio. Una no debía sobreactuar o tener demasiadas ideas locas<br />

porque quedaba marcada como una diva. La atención y la aprobación de los<br />

chicos, eso era lo más importante.<br />

En octavo curso mis amigas y yo conseguimos un premio en la fiesta de<br />

fin de curso en <strong>el</strong> centro cultural de jóvenes. En negrita decía: «Somos las más<br />

guapas, somos las mejores, somos las más arrogantes». Eso es lo que ocurría<br />

a las chicas con actitud. Yo me sentí avergonzada, humillada, porque no había<br />

conseguido un premio por algo «serio» —lo que quiera que fuera eso en un<br />

centro de adolescentes. En noveno curso participamos en un concurso de<br />

talentos como bailarinas de la danza d<strong>el</strong> vientre. Todo <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> mundo era<br />

cantante, tenía una banda, un grupo de danza u otros «talentos especiales». El<br />

nuestro no era como ninguno de los anteriores. Indudablemente guiadas por<br />

lo que ahora denominaría fantasías orientalistas desde <strong>el</strong> corazón de lo sueco,<br />

decidimos llamarnos Iztanbulliz B<strong>el</strong>lyz y nos dedicábamos principalmente a<br />

agitar nuestras caderas de quinceañeras de una forma que no se parecía en<br />

absoluto a la danza d<strong>el</strong> vientre. Llevábamos una máscara azul, <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o rubio<br />

con mucha laca. Estábamos sexy. Con gran sorpresa por nuestra parte y sobre<br />

todo porque nadie más se había apuntado al concurso, ganamos. Una tarde<br />

de primavera hicimos la danza de nuevo, en la final d<strong>el</strong> concurso en la escu<strong>el</strong>a<br />

d<strong>el</strong> distrito, d<strong>el</strong>ante de miles de chicos de secundaria. El concurso de talentos<br />

se tomaba muy en serio, como si determinase quiénes eran los «verdaderos<br />

talentos». No hace falta decirlo, no ganamos, pero fue divertido estar bajo los<br />

focos, en fila y entre amigas. Mucha gente pensó que estábamos <strong>mal</strong> de la<br />

cabeza. Esto era mucho antes de las riot grrls y las bandas de chicas, y todas<br />

las chicas que participaban eran o bien «verdaderas» bailarinas, o tocaban<br />

música clásica, o eran coristas de los chicos. Hace poco vi un grupo de chicas<br />

de instituto tocar en San Francisco. Tenían su propio CD, vendían camisetas y<br />

tocaban canciones con letras int<strong>el</strong>igentes con mucha actitud. ¿Es eso a lo que<br />

llaman «evolución»? Si es así, apuntadme.<br />

Crecer siendo una chica en una ciudad d<strong>el</strong> norte de Suecia en los ochenta<br />

era aparentemente bastante idílico. Pero también estaba cargado de<br />

contradicciones. Y unas cuantas mentiras. Probablemente no muy diferente a<br />

hoy en día. En retrospectiva puedo ver que durante los fordistas ochenta, <strong>el</strong><br />

feminismo de los setenta y otras ideas radicales sobre un mod<strong>el</strong>o de sociedad<br />

diferente fueron estratégicamente ridiculizados. Todas estábamos liberadas,<br />

<strong>el</strong> feminismo ya no era r<strong>el</strong>evante. Como chicas se nos dijo que teníamos <strong>el</strong><br />

mundo a nuestros pies. Sin embargo, para la clase media mayoritaria sin<br />

educación superior, las imágenes de mujeres triunfadoras continuaban<br />

llegando principalmente a través de los libros de Jackie Collins, Shirley<br />

Conran y Dani<strong>el</strong>le Ste<strong>el</strong>e. En <strong>el</strong>los, las mujeres fuertes siempre aparecían<br />

patologizadas, y eran «calculadoras» en lugar de estar «orientadas a fines».<br />

Siempre eran guapas, y si tenían algún poder, siempre había sido adquirido<br />

acostándose con hombres poderosos o al menos usando su b<strong>el</strong>leza y su<br />

cuerpo de algún modo. Los hombres continuaban teniendo la llave tanto de<br />

la f<strong>el</strong>icidad como d<strong>el</strong> sufrimiento. Las expectativas sobre cómo se debía ser<br />

para ser una «mujer de verdad» se volvieron más feroces en los ochenta. Y sin<br />

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