el_eje_del_mal
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epente y escudriño un rostro bronceado. Un hombre bien vestido con aire<br />
cosmopolita está de pie frente a mí. Era un antiguo amigo d<strong>el</strong> instituto.<br />
Habían desaparecido las gruesas gafas de los días en los que estuvimos juntos<br />
en <strong>el</strong> consejo de estudiantes, la época en la que era conocido como «ese tipo<br />
raro que va a clases de ballet». Su espalda estaba erguida, y orgullosamente<br />
me contó sobre su vida en otra ciudad europea, sobre su novio y su<br />
apartamento en <strong>el</strong> centro de la ciudad. Sobre sus viajes y su trabajo. Este<br />
hombre estaba disfrutando de la vida. Como su<strong>el</strong>e ocurrir cuando te<br />
encuentras con personas de tu pasado, comenzamos a cotillear sobre viejos<br />
compañeros de juegos. Sobre quién se ha ido y quién se ha quedado, quién<br />
se ha casado y quién tiene hijos. «Sí...» dice pensativamente <strong>el</strong> hombre<br />
cosmopolita. «Es interesante que aqu<strong>el</strong>los que eran tan duros y fuertes<br />
entonces, no han llegado muy lejos. Continúan todos allí y te preguntas si<br />
son tan gallitos ahora». Asintiendo me reí sofocadamente. «Ya sabes, se<br />
burlaban bastante de mí en <strong>el</strong> instituto» continuó él como dándolo por<br />
hecho. Perdona, puedes repetir eso, pensé para mí. «Pero», añadió, «dios, eso<br />
siempre me ha hecho más fuerte».<br />
Su fuerza y su venganza me hizo f<strong>el</strong>iz. Mi viejo amigo era sin duda la<br />
mayor marica de nuestro colegio. «Todo <strong>el</strong> mundo» sabía que era gay. En los<br />
últimos años he sabido que no era <strong>el</strong> único marica de nuestra ciudad o incluso<br />
de nuestro colegio. Y aunque él probablemente no diría que yo estaba por<br />
entonces entre los descastados (dado que tan enconadamente trataba de<br />
encajar), o ni en sus más atrevidas imaginaciones pensaría que se tropezaría<br />
conmigo quince años más tarde en <strong>el</strong> Orgullo de Estocolmo, ahora nos<br />
pertenecemos mutuamente, según esperamos en la puerta de embarque<br />
hablando de políticas queer en medio de padres de viejos amigos, ex-vecinos<br />
y antiguos profesores. Y ahora me doy cuenta que ser un tipo como él, debió<br />
ser duro en aqu<strong>el</strong> entonces. «¿Cómo es la vida en Fjollträsk?» en ocasiones me<br />
pregunta bromeando un viejo amigo que todavía vive en mi ciudad de<br />
origen. Fjollträsk significa «una ciénaga de maricas» en nuestro dialecto<br />
nórdico y es <strong>el</strong> nombre nórdico para Estocolmo. Aunque es sobre todo una<br />
forma de responder a los arrogantes urbanitas d<strong>el</strong> sur y a la oleada de éxodo<br />
desde <strong>el</strong> norte rural, también dice algo sobre la norma masculina en <strong>el</strong> interior<br />
d<strong>el</strong> norte de Suecia. Definitivamente uno no debe ser marica. Y difícilmente un<br />
chicazo y tampoco una butch, deberíamos añadir, aunque la feminidad rural<br />
norteña puede ser un poco más «butch» que la de las ciudades d<strong>el</strong> sur. Una<br />
puede fácilmente recibir una paliza. Entonces cuando leo <strong>el</strong> anuario d<strong>el</strong> colegio<br />
de un primo más joven y veo anuncios para la versión local de la organización<br />
nacional gay, bi, lesbiana y trans, me pregunto si las cosas han cambiado.<br />
Tropezarme con viejos amigos de la ciudad de mi infancia me hace<br />
rememorar las políticas d<strong>el</strong> Baúl de los Disfraces y pienso en <strong>el</strong> género y la<br />
sexualidad, en cómo nos dan forma y nos afectan. Vivimos en un patriarcado.<br />
Una sociedad mod<strong>el</strong>ada por un orden de poder generizado y heterosexista<br />
donde las mujeres y la feminidad están siempre subordinadas a los hombres<br />
y a la masculinidad. Donde la feminidad es sinónimo de víctima, de estar<br />
oprimida, limitada, de ser vulnerable. De no ser tomada en serio. La conexión<br />
entre género y sexualidad no es sólo una teoría, es una realidad. Los hombres<br />
gays afeminados y las bollos butch son la doble amenaza a nuestras<br />
concepciones de qué constituye un hombre y una mujer. Son nuestros más<br />
obvios guerreros de género. Pero sigo creyendo que las femme luchamos una<br />
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El baúl de los disfraces