el_eje_del_mal
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SIDA: cuando queer era un lugar inhóspito<br />
El término queer comienza a ser lo suficientemente respetable, ahora que va<br />
unido a la teoría y al arte. Tan solo nos faltan anuncios de empresas que<br />
demanden expertos queer para integrarse en sus departamentos de I+D+i,<br />
para convertir, lo que comienza como una experiencia política radical, en un<br />
producto más de la globalización d<strong>el</strong> capital.<br />
Cindy Patton, Gary Dowsett y Simon Watney, son algunos de los autores<br />
imprescindibles, cuyo trabajo ha girado alrededor d<strong>el</strong> SIDA/VIH. Las tres han<br />
estado ligadas al activismo y al movimiento político que se gestó en torno a la<br />
pandemia, en un momento en <strong>el</strong> que queer era un lugar inhóspito de habitar, y<br />
en <strong>el</strong> que transitaban sujetos furiosos y p<strong>el</strong>igrosos; enfermos sin reposo, y con<br />
tan <strong>mal</strong>a hostia que parecía, paradójicamente, que lo último que les preocupaba<br />
era curarse. Fue un momento en que queer estaba informado por la resistencia<br />
a la homofobia, al racismo y al heterosexismo, performativamente dominantes.<br />
Un momento en que queer <strong>eje</strong>rcía una oposición política y cultural a las<br />
prácticas ideológicas e institucionales de los privilegios heterosexuales y<br />
blancos de las clases medias.<br />
En 1990, Teresa de Lauretis acuñó, para <strong>el</strong> título de una conferencia que<br />
impartía en la Universidad de California, Santa Cruz, la frase «teoría queer».<br />
Esta frase, en ese momento, estaba pensada y utilizada para ser<br />
escandalosamente ofensiva en <strong>el</strong> contexto en <strong>el</strong> que se escenificaba: la<br />
universidad d<strong>el</strong> país más poderoso d<strong>el</strong> mundo, <strong>el</strong> centro en <strong>el</strong> centro.<br />
Su propósito inmediato era trastocar la satisfacción y alterar <strong>el</strong> asentamiento<br />
que estaban incorporando los recientes estudios gais a los movimientos sociales<br />
y a los departamentos universitarios. Pretendía, entre otras cosas, introducir<br />
la problemática de las diferencias múltiples dentro de los discursos de la<br />
homogeneización de la diferencia homo/sexual. Trataba de ofrecer una salida<br />
a la predominante hegemonía en los análisis de lo blanco, masculino, clase<br />
media, y también resistir al imperativo int<strong>el</strong>ectual que se estaba <strong>eje</strong>rciendo<br />
desde las ciencias sociales, que a bombo y platillo c<strong>el</strong>ebraban su carácter<br />
empírico y positivista.<br />
Sin embargo, y casi inmediatamente, la «teoría queer» se convirtió en la<br />
«Teoría Queer», la etiqueta de un subcampo determinado de las prácticas<br />
académicas y posteriormente artísticas. Incluso los términos escandalosos y<br />
ofensivos como «maricón», «bollera», «tortillera» o «camionera» se convirtieron<br />
en respetables en su asociación con la «teoría». Una vez que estos términos se<br />
iban uniendo a la «teoría» iban perdiendo su tonalidad ofensiva, hasta<br />
desplomarse en un genérico cualificado e inofensivo, y pasando a señalar uno<br />
de los departamentos de la academia, o aplicándose a una práctica artística<br />
con alto valor añadido en las ferias internacionales y en las galerías de arte,<br />
sobre todo si <strong>el</strong> artista pasaba a ser considerado por la crítica un enfant terrible.<br />
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Geografías víricas