el_eje_del_mal
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comportamientos o prácticas. No es casualidad que <strong>el</strong> seguimiento de estas<br />
posturas supongan un ahorro a las arcas públicas, por dejar de invertir en<br />
prevención, por obviar la asistencia a sectores que no son de primera categoría<br />
en la sociedad o para evitar la intervención en temas con poco tirón <strong>el</strong>ectoral<br />
como la despenalización de las drogas, la libertad sexual o <strong>el</strong> derecho al uso d<strong>el</strong><br />
propio cuerpo. La sociedad civil no es un mero receptor de mensajes éticos<br />
ajenos a una realidad cara en vidas y en medios, es por esto que surge la<br />
necesidad de desenmascarar los intereses ocultos que están detrás de las débiles<br />
políticas sanitarias que difuminan la prevención y dispersan la atención.<br />
El primer panfleto de La Radical Gai renegaba d<strong>el</strong> uso d<strong>el</strong> condón en las<br />
r<strong>el</strong>aciones homosexuales por ser una forma, otra más, de intromisión d<strong>el</strong><br />
sistema en nuestros cuerpos, en nuestras r<strong>el</strong>aciones, en nuestros placeres. Si<br />
bien, esta postura interesantemente foucaultiana dio paso a la más int<strong>el</strong>igente:<br />
la de publicitar cuáles eran las vías de transmisión d<strong>el</strong> virus y sus formas de<br />
evitarla, sobre todo por la falta de campañas de las instituciones responsables;<br />
en sus representaciones, silencios y omisiones, ya quedaban bastante claros<br />
los mecanismos de intervención d<strong>el</strong> poder. En definitiva, «la primera<br />
revolución es la supervivencia», así se expresaba en <strong>el</strong> fanzine de La Radi, De<br />
un plumazo, en 1994.<br />
La ausencia o mezquindad de las<br />
políticas preventivas obligaban a los<br />
grupos de afectados a repartir condones<br />
o volantes con información sobre<br />
las formas de transmisión. La urgencia<br />
era lo que primaba PORQUE ALGUIEN<br />
TENDRÁ QUE HACER LA PREVENCIÓN. No<br />
sólo se cuestionaba la falta de campañas,<br />
sino también su contenido. No<br />
se podía hablar d<strong>el</strong> SIDA sin hablar de<br />
prácticas sexuales, y hablar de estas no<br />
debía suponer ninguna valoración<br />
moral. Era necesario hablar de sexo y<br />
de su práctica, pero en primera persona<br />
y con un lenguaje claro y sin<br />
ambages.<br />
Desde sus inicios, la pandemia d<strong>el</strong> sida se construyó en una clave<br />
claramente homófoba. Cáncer gay, la enfermedad de las tres H: homosexuales,<br />
haitianos, y heroinómanos, más tarde se incluiría un cuarto grupo que serían<br />
los hemofílicos, infectados por transfusiones sin control, aunque estos pronto<br />
pasarían a ser otro grupo, <strong>el</strong> de las «víctimas inocentes», en <strong>el</strong> que se escudarían<br />
los mecanismos más grandes de segregación. Hablar de «víctimas inocentes»<br />
correspondía a un discurso en <strong>el</strong> que los gais y los yonquis eran los propios<br />
responsables de adquirir la enfermedad: sus vidas disolutas, sus prácticas<br />
antinaturales, su reducción, al fin y al cabo, a un cuerpo ajeno a la dignidad o a<br />
cualquier derecho, les convertía en víctimas gratuitas.<br />
Si <strong>el</strong> uso d<strong>el</strong> condón se constituía como la mejor arma para evitar la<br />
transmisión d<strong>el</strong> VIH por vía sexual, no se podía obviar que en las r<strong>el</strong>aciones<br />
heterosexuales, por su componente de poder, este uso era y es de difícil<br />
negociación. El imaginario machista y patriarcal hace recaer en la mujer toda<br />
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Geografías víricas<br />
Cart<strong>el</strong> Lucha contra <strong>el</strong> SIDA, La Radical Gai, Madrid, 1994.