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el_eje_del_mal

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Para una mujer de mi cultura únicamente había tres direcciones hacia las que<br />

volverse: hacia la Iglesia como monja, hacia las calles como prostituta, o hacia<br />

<strong>el</strong> hogar como madre. (…) Educadas o no, la responsabilidad de las mujeres<br />

aún es la de ser esposa/madre —sólo la monja puede escapar de la maternidad<br />

(Anzaldúa, 2004: 72-73).<br />

Pero este choque se produce al tiempo que se reconoce como lesbiana en una<br />

cultura profundamente homófoba:<br />

Para las lesbianas de color, la máxima reb<strong>el</strong>ión que pueden emprender contra su<br />

cultura nativa es a través de su conducta sexual. La lesbiana va en contra de dos<br />

prohibiciones morales: sexualidad y homosexualidad. Siendo lesbiana y<br />

creciendo católica, adoctrinada como heterosexual, I made the choice to be queer. Es<br />

un camino interesante que se desliza continuamente dentro y fuera de lo blanco,<br />

de lo católico, lo mexicano, lo indígena, los instintos (Anzaldúa, 2004: 76).<br />

La experiencia de las lesbianas de color en Estados Unidos desde la década de 1970<br />

nos sitúa en un lugar complejo pero a la vez nos da algunas claves de análisis y<br />

acción en un marco espacio-temporal completamente diferente (o no tanto).<br />

El cuerpo como frontera.<br />

Damos un salto y volvemos a encontrarnos en la primavera de 2005,<br />

principios d<strong>el</strong> siglo XXI, Estado español, Madrid ciudad carca, rancia y facha.<br />

La situación se contempla desde un marco diferente. La gente progresista ya<br />

no se pregunta «Homofobia, ¿por qué hablar de <strong>el</strong>lo?» (Barbara Smith,<br />

1983/2000). La cuestión ahora es, ¿cómo la gente progresista habla de <strong>el</strong>lo?<br />

Ahora se habla de estas cosas en <strong>el</strong> t<strong>el</strong>ediario, la cuestión d<strong>el</strong> matrimonio gay<br />

está en la calle, todo <strong>el</strong> mundo opina. La gente progresista se f<strong>el</strong>icita y esa<br />

gente siempre te cuenta que tiene unos amigos gays que son «muy nor<strong>mal</strong>es<br />

y muy majos» y que, ya que pagan sus impuestos como todo <strong>el</strong> mundo, tienen<br />

que tener los mismos derechos.<br />

Detrás de esto está <strong>el</strong> intento de nor<strong>mal</strong>ización y regulación de la<br />

sexualidad. Ampliar los marcos legales de la sexualidad para intentar<br />

domesticar al monstruo. Se reconfigura <strong>el</strong> mapa de la jerarquización de<br />

categorías sexuales y la homosexualidad legal, aqu<strong>el</strong>la que quedará<br />

sancionada por medio d<strong>el</strong> matrimonio, cruzará la frontera y pasará a formar<br />

parte de lo aceptable, eso sí, ocupando <strong>el</strong> último escalón en la gradación que<br />

comienza con <strong>el</strong> matrimonio heterosexual con descendencia. El resto<br />

seguiremos siendo inaceptables, desviadas, o peor aún, no siendo. Porque<br />

muchas dentro de esta hipervisibilidad, un tanto circense y muy poco<br />

performativa, seguimos siendo invisibles.<br />

En este contexto, hablar de homosexualidad sigue significando hablar de<br />

varones blancos con poder adquisitivo. No es casual que la marcha d<strong>el</strong><br />

«Orgullo» en Madrid esté prácticamente monopolizada en los últimos años<br />

69<br />

Reflexiones desde la negritud y <strong>el</strong> lesbianismo

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