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Descarga Buscando a Dios

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Joaquín Trincado<br />

a acatar la imposición de Gregorio. Aun Enrique quiso revalidarse, pero<br />

en vano; se había deshonrado humillándose ante el Papa: por esto, con la<br />

insidia y la felonía que él sólo podía tener, escribe a Rodolfo, con un doble<br />

sentido, en el que le reconoce el título de rey, pero atado al carro de la iglesia;<br />

y para obligarle más y como no dándose por aludido en nada que atañese al<br />

destronamiento de Enrique, le dice estas palabras: «Aquel de los reyes que<br />

reciba con respeto el juicio que el Espíritu Santo dictara por nuestra boca,<br />

ese obtendrá nuestro apoyo y nuestra obediencia».<br />

Enrique no quiere acceder ni abdicar, y anciano y achacoso por los<br />

sufrimientos, se retira al castillo de lngelheim donde se le presentan los<br />

arzobispos de Worms, colonia y Maguncia, que le hablan como señores de<br />

autoridad sobre él y le quieren obligar a abdicar; les pregunta el anciano:<br />

¿Por qué soy así tratado? Y le contestan: «Porque has desgarrado durante<br />

muchos años el seno de la iglesia de <strong>Dios</strong>; porque has vendido los obispados,<br />

las abadías y dignidades eclesiásticas; porque has violado las leyes sobre la<br />

elección de los obispos; por estos motivos han decidido el soberano pontífice<br />

y los príncipes del imperio echarte del trono y de la comunión de los fieles».<br />

El anciano contestó: «Pero vosotros que me acusáis, vosotros arzobispos<br />

de Maguncia y de Worms, que me condenáis por haber vendido las<br />

dignidades eclesiásticas, decidme: ¿cuanto os pedí por vuestras iglesias?...<br />

Y si nada os pedí, como no podéis menos de confesar, si he cumplido mis<br />

deberes con vosotros, ¿por qué me acusáis de un crimen que no he cometido?<br />

¿Por qué os juntáis a los que han hecho traición a su fe y a sus juramentos?<br />

Tened paciencia unos días; esperad el término natural de mi vida, cuya<br />

proximidad anuncian mi edad y mis padecimientos».<br />

casi se enternecían por estos lamentos; pero el arzobispo de Maguncia,<br />

gritó enfurecido: ¿Por qué vacilamos? ¿No nos cumple a nosotros<br />

consagrar a los reyes? Si el que hemos investido con la púrpura es indigno,<br />

despojadle de ella. Los tres se arrojaron sobre el anciano y le arrancaron la<br />

corona y el manto, los ornamentos y las insignias reales y se los llevaron a<br />

Rodolfo, su hijo, borrego atado de pies y manos por Gregorio, que se dejó<br />

investir con ellos.<br />

Enrique, escapado a las furias de aquellas tres fieras, abandonado de<br />

sus servidores y amigos, es extranjero en el seno de sus ciudades; y como<br />

objeto de horror y de espanto, todos se apartaban de él con terror supers-<br />

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